martes, 25 de agosto de 2009

Bochorno literal

El frío, me hacía notar un amigo el otro día, es cosa que no existe sino como sensación térmica. Lo que hay es más o menos calor. Decimos bien, pues, que ahora, a finales de agosto, hace calor y mucho: no hay quien duerma a gusto por la noche (salvo los que ponen el aire acondicionado a temperatura de iglú), y, si uno no hace algo por remediarlo, como pegarse un chapuzón en la piscina o en la playa, pasa el día enervado, sin fuerzas.
Afortunadamente, el hombre del tiempo, en su previsión por comunidades, ha anunciado una serie de tormentas que, entrando ya por los Pirineos, vienen a librarnos de este bochorno a los habitantes de Cataluña (sorprende que a semejante bendición haya quien todavía la llame riesgo de tormentas o de lluvias). Los gerundenses son los primeros en notarlo: allí, en Gerona –dice el meteorólogo– “ya están bajando literalmente las temperaturas”. ¡Menos mal! Pero, ¿por qué literalmente? Debe de ser que aquí donde estoy, en la Costa Dorada, también van bajando, pero todavía en sentido figurado, que no es tal, sin embargo, si digo que sudo con solo mover un dedo.
Esto de que a los periodistas les haya dado por utilizar el adverbio literalmente para significar algo así como de verdad, muy o mucho, obedece a una voluntad de distinguir o adornar su expresión con un toque chic a lo CNN (cuanto más habiendo un canal homónimo en la televisión de España en el que hablar así es un plus) o la BBC; y es que, en inglés, literally sí se usa ponderativa o hiperbólicamente de forma normal (informa el Merriam-Webster Online), cosa que, a pesar de la insistencia de los medios, aún no sucede en español, aunque a aquellos que desvarían con el idioma se les adivine lo que quieren decir.
Así, no hace mucho, oí que el entrenador de un famoso club de fútbol con demasiados millonarios en nómina tenía un “quebradero de cabeza literal”, vamos, una cosa bárbara. Ya no me extrañó tanto oír aquello, pues, la pasada primavera, en la que hubo incontables inundaciones, ya me había sorprendido un simpático reportero desplazado al lugar de la desgracia; micrófono en mano, dijo que se había quedado “literalmente pegado” al lodazal que cubría el suelo de la vivienda en la que se encontraba, una de las muchas afectadas por las riadas. Con ello –era evidente– no estaba aclarando que la adherencia de sus katiuskas al suelo viscoso de la casa no era un decir, sino que hablaba como un periodista: mediante esos destellos verbales ajenos a la lengua común y comprendida por todos, demostrando ese conocimiento superficial del idioma que caracteriza a los de su profesión.
Poco importa ya a casi nadie que la televisión e internet marquen la pauta del nuevo español estándar, forjado a base de palabras y giros pretendidamente más profesionales que los usados. Uno a veces se cansa de quejarse en balde, no hay nada que hacer. Aquí, las gotas, aunque pocas, han empezado a caer y el aire a refrescar, dándonos, al menos a mí, un auténtico respiro, ¿o debería decir literal?