sábado, 20 de marzo de 2010

La arroba en el pasillo

Este símbolo universal (@) que escribimos en nuestras direcciones de correo electrónico, bautizado en español con el nombre de una unidad de peso ya en desuso, la ‘arroba’, y que en otras lenguas llaman ‘cola de mono’, ‘caracol’, ‘perrito’, o, sin ir más lejos, en vasco: a bildua, ‘a envuelta’; o en aragonés: arredol, ‘alrededor’; este archiconocido símbolo informático, digo, se nos impone ahora como la letra políticamente correcta que hay que usar para no herir susceptibilidades. ¡Y hasta ahí podíamos llegar!

Esto de la arroba de cortesía es cosa que practica desde hace un tiempo, cómo no, la política (mal aconsejada por otro de sus usuarios: el sector publicitario) en sus escritos (folletos, panfletos y páginas web) de donde ha pasado a otros medios, oficiales o no, como por ejemplo la comunidad universitaria, la cual lleva demasiadas arrobas en su prensa. Pero aún más profusas son las que circulan en trípticos o se ven en los tablones de anuncios de los pasillos, así como en farolas, lavabos, escalones, etc., donde abundan los carteles de oferta o demanda de clases de repaso, pisos para compartir, fiestas del botellón y otras proposiciones menos decorosas que, por ello mismo, suelen relegarse a la parte de dentro de las puertas de los excusados, donde se rotula a pelo.

Se trata –como todo el mundo sabe− de usar el símbolo a modo de letra, como signo inequívoco del trato igualitario entre hombres y mujeres. Pero resulta que existe desde hace mucho tiempo un género no marcado que, en español, al menos hasta hace poco, era el masculino. Nada que hacer: según parece, la arroba de marras se ha tomado en serio. He visto ya correos electrónicos de profesores de filología (!) dirigiéndose a los estudiantes con un “Queridos alumn@s:”, como si las alumnas fueran a pensar que se las excluye por el hecho de usar el masculino plural, cuando no hay duda de que éste –en este caso como en tantos otros− comprende por igual a los individuos de ambos sexos, es decir, tanto a los alumnos como a las alumnas. Es una cuestión ésta de mera economía lingüística que viene muy bien explicada en la Nueva gramática de la lengua española, el famoso mamotreto que acaba de publicar la Docta Casa, y cuyo manual, es decir, el resumen, se está haciendo esperar. Convendría a muchos darle un repasillo, pues demasiada gente ha olvidado que el género es una categoría gramatical que no necesariamente se corresponde con la condición sexual, y, por tanto, que quien haga uso de uno u otro, ateniéndose a la norma, no ha de ser considerado machista ni feminista ni nada.

Un mínimo de gramática puede aclarar muchas dudas, y aun ofrecer verdaderas revelaciones. Lo sería (y sin duda causante de no poco arrobo) para el caletre que pergeñó uno de esos anuncios a los que antes me he referido; lo vi esta mañana al entrar al servicio: desesperado por compartir gastos, le daba igual carne que pescado que lechuga, pues escribió lo siguiente: “Se busca compañero/@”. La arroba, en este caso, debía de ser un ofrecimiento a todo género de inquilinos: mujeres, varones, hermafroditas (o quienes libremente se tengan por una u otra cosa, o ambas, o ninguna), mientras se comprometan todos, eso sí, a ir a escote, esto es, a pagar su parte del alquiler: la habitación y lo que da derecho a usar la cocina, el salón y el lavabo, más la correspondiente factura de agua y luz; y, faltaría más, el tránsito por el pasillo.

(Publicado en La Voz Libre, 10 de marzo de 2010.)