lunes, 23 de enero de 2012

Dar la cara dura

Cuando se dice de alguien que ha dado la cara, como dijo hace poco Ana Pastor de la “directora de ratings soberanos para Europa y África de Standard and Poor’s” en Los desayunos de TVE, significa una de dos: 1) diccionario en mano, que ha respondido de los propios actos y ha afrontado las consecuencias —lo cual, viendo la entrevista, parece mucho decir—; o 2) que al menos se ha dignado comparecer ante las cámaras, aunque haya sido para todo lo contrario, esto es: en un intento por justificar sus actos y no tener que afrontar las consecuencias (algo, por lo demás, muy poco probable para los de su gremio; hoy, simplemente, tienen muy mala prensa). La presentadora del programa, sin descartar el buen sentido, apelaba más bien al buen entendedor.

Sólo que a lo segundo no lo deberían llamar dar la cara, porque eso toda la vida ha sido tener cara (dura), que es, por ejemplo, la de quien con buen talante articula un discurso engañoso. El de la directiva de S&P se puede resumir así: las calificaciones de la agencia están basadas en el estudio y el análisis (cuantitativo y cualitativo) de “datos empíricos”; pero, al fin y al cabo, lo que damos son “opiniones”. Como diría aquel: ¡sos inimputable, hermana! Como lo son sus jefes y colegas del otro lado del charco; y la competencia, es decir, las otras dos agencias (Moody’s y Fitch) que en estos momentos mueven el sol y las demás estrellas, y cuyo cometido —nos dicen— es el de trabajar “del mejor modo posible” para ofrecer meras “opiniones” sobre la rentabilidad del resto del mundo “a medio y largo plazo”; o, lo que es lo mismo: “la probabilidad de impago”. Opiniones estas muy rentables, por cierto, para las agencias que las emiten, como llegó a reconocer la señora Fernández de Heredia en Los desayunos: a la certera pregunta de Ana Pastor de si las agencias reciben o no todo tipo de presiones a la hora de calificar la deuda de, verbigracia, los distintos “estados soberanos” que evalúan, la distinguida señora con elegante traje fucsia soltó una de las falacias de mayor calibre de toda la entrevista (el anacoluto la delataba): “A ver, nosotros… em… la… nos basamos en nuestra independencia a la hora de la toma de decisiones. Tenemos unos criterios en los cuales nos basamos, y, si nosotros nos desviamos de esos criterios por las presiones que podamos tener, al alza o a la baja, sobre los ratings, entonces estaríamos perdiendo esta independencia y esta imparcialidad y estaríamos fuera del negocio”. Según lo iba diciendo, yo sentía una especie de hormigueo en la sangre; y es que la falacia, sobre todo la que consiste en negar la evidencia, entumece las meninges de quienes la profieren y quienes la oyen (menos las de quienes leen). Y, si además se remata con una expresión tan castiza como estar fuera del negocio (es decir, out of business), hasta el más cauto se turba. Ya puestos, podría haber añadido: …y quedarnos sin los grandes pavos (the big bucks), o sea, los billetes. Pero la cosa es seria.

Me cuento entre los más analfabetos en materia económica del planeta, pero tampoco me chupo el dedo. He visto el documental de Charles Ferguson, Inside Job, donde se explica por qué los culpables de la actual crisis mundial son las agencias de calificación, junto con las de inversión y los bancos, en connivencia con los gobiernos de turno (con todos, desde Regan a Obama, en el caso de Estados Unidos). Y algo aún más inquietante: cómo toda esta mafia financiera ha estado asesorada y legitimada en todo momento por economistas de las más prestigiosas universidades estadounidenses. El documental es tan ilustrativo como demoledor. La mejor traducción al español del título, a mi entender, sería Inside Job o ‘lo que se cuece’, esto es: la mayor estafa financiera de la historia, efectivamente, cocinada por las agencias, los bancos y los gobiernos (integrados por miembros de esas mismas agencias y bancos) para salir ganando con la quiebra y la ruina generalizadas. Lo curioso es que los culpables se excusaron en su día de manera muy parecida a la usada por la señora Fernández de Heredia: “nosotros damos sólo opiniones”.

En fin, aquí la única persona que ha salido a dar la cara en los últimos tiempos ha sido Pepe, del Real Madrid, y, que yo recuerde, nadie más desde aquella joven socorrista de piscina que se hizo célebre diciendo aquello de “la he liao parda”, y que además pidió perdón por los daños causados (o “trastornos”, como los llamó ella, sin vacilar; lo cual la honra, y no es choteo) por la mezcla tóxica que hizo de unos productos para el mantenimiento de una piscina. En cambio, quienes crearon la “burbuja financiera” que estalló en 2008 siguen hoy intoxicando a diario eso que llaman “los mercados”. No nos engañemos: si hoy hacen algo remotamente parecido a dar la cara, es porque les conviene.

(Publicado en La Voz Libre, 23 de enero de 2012)

miércoles, 9 de febrero de 2011

'Cáncer' en el DRAE

Hará unos meses, un reconocido científico estadounidense explicaba, en una entrevista televisada, que el avance de la investigación nos ha de llevar, en un futuro no muy lejano, a distinguir distintas enfermedades allí donde hoy solo vemos cáncer. Es posible, así pues, que el día de mañana necesitemos de mayor concreción también al hablar.

En efecto, el Diccionario de la Real Academia Española (de la Lengua, añaden los cursis) recoge la definición de lo que el común de los mortales entiende por “cáncer” —fuera de la astrología—, esto es: “Enfermedad neoplásica con transformación de las células, que proliferan de manera anormal e incontrolada”; y, como reza la tercera acepción: “Tumor maligno”. Por “cáncer” se entiende también —da fe de ello el Diccionario académico— la “proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos”, y pone un ejemplo: “La droga es el cáncer de nuestra sociedad”. Se trata de la cuarta y última acepción recogida en el DRAE; primera, sin embargo, en discordia.

Tanto es así, que “la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS) y las organizaciones de pacientes oncológicos” hicieron, el día 3 de febrero, “un llamamiento, en una rueda de prensa, para que la palabra cáncer no sea utilizada como sinónimo de ‘negatividad’ y ‘destrucción’”.

Pues bien, el hecho feliz de que la lucha contra el cáncer esté dando cada vez mejores resultados, y que, con estos, se abogue además por una juiciosa tendencia a tratar a los enfermos con normalidad alejada del eufemismo, o de una excesiva conmiseración por parte de la sociedad, no es motivo suficiente para que la acepción de marras deba dejar de usarse, y, menos aún, desaparecer del Diccionario, como han llegado a pedir quienes se reúnen bajo dichas siglas. Constituye un verdadero desatino, eso sí, pensar que se “estigmatiza” a los enfermos de cáncer con aquello que es un uso metafórico del lenguaje: la comparación implícita entre una enfermedad, por el momento temible —la enfermedad, no quienes la padecen—, con los males que aquejan a la sociedad, o a cualquiera de sus instituciones, de forma semejante a la proliferación de células cancerosas en un organismo sano.

La labor de la Academia, al contrario de lo que muchos piensan, no es otra que la de dejar constancia —notarial— del uso de las palabras de nuestra lengua (y literatura) con criterio normativo, a lo cual, aplica, entre otros valores, la decencia y el sentido común. Pero, en los últimos tiempos, se viene dando el caso de que todo tipo de gentes le reprochan a la Corporación el no incluir o, al contrario, el no quitar ciertos vocablos o acepciones del Diccionario. Esto, en el caso que nos ocupa, como en casi todos, carece de justificación, se mire por donde se mire. Y es que hay mucha gente dispuesta a enmendarle la plana a la Academia; pero, dudo mucho que quienes piden vehementemente que se extirpe la cuarta acepción de “cáncer” confiasen alguna vez su salud a un lexicógrafo.

(Publicado en La Voz Libre, 8 de febrero de 2011)

lunes, 22 de noviembre de 2010

Ortografía yeyé

Chiste fácil. El del título y éste: no sólo de ortografía vive el hombre. Pero, cualquier cambio, y no digamos reforma, que se haga —o sencillamente se proponga— en materia ortográfica suele suscitar casi tanto furor informativo como una subida del IVA o una bajada de la Bolsa.

Leemos en la página web de la Real Academia Española que las declaraciones de Salvador Gutiérrez Ordóñez, coordinador de la nueva Ortografía que publicará la docta casa estas Navidades, “han alcanzado una notable repercusión y han dado origen a un amplio debate en los medios de comunicación y en los foros de Internet”. Pero, a juzgar por los titulares, parece ser que el cambio o arreglo más importante en la Ortografía académica sea el del nombre de la letra y. Hay que decir, sin embargo, que no se trata exactamente de un cambio de nombre, sino de la pérdida oficial de uno (el más usado) de los dos que la letra tenía, el de i griega, que pasa a llamarse únicamente ye. Ignoro si se ha eliminado también el nombre de ere para la r, y en mi opinión se debería, porque es hilar demasiado fino tener que distinguir entre la "modalidad múltiple del fonema vibrante" y el "sonido suave" cuando le deletreamos a alguien —pongamos— nuestra dirección de correo electrónico.

Por lo demás, en España se seguirá diciendo i griega durante mucho tiempo, claro está. Hasta que cunda el ejemplo de quienes acaten la norma, y en las escuelas se use ye para enseñar la vigesimosexta letra del alfabeto (que solo en virtud de nuestra letra ñ nos atrevemos a llamar "español"), no habrá nada que hacer. Y no seré yo quien transgreda esa norma. Porque, además, llamar ye a la letra y es del todo apropiado, y coherente, si tenemos en cuenta que yeísmo es el nombre que se le da al fenómeno, muy difundido hoy en español, que consiste en pronunciar la ll como y.

(Un inciso: no es yeísmo, sino memez, pronunciar Yirona cuando lo que se está hablando es español, porque eso no es español ni es catalán, tan solo burda política lingüística. Llamar al pan pan, y al vino vino, es decir, usar el “nombre tradicional en lengua castellana de la provincia y ciudad de Cataluña cuyo nombre en catalán es Girona” es hoy políticamente incorrecto (sólo en España, claro). No digamos ya en textos oficiales, donde “es preceptivo usar el topónimo catalán como único nombre oficial aprobado por las Cortes españolas” (informa el Diccionario panhispánico de dudas). Pero, según parece, texto oficial es, también, todo aquello que digan nuestros locutores y reporteros de la cadena pública del Estado —‘español’, nos aclaran siempre en las autonómicas más recalcitrantes—, pues no pronuncian otra cosa que Yirona, Yeida, amén de A Coruña, etc. Cuando no lo dicen con perfecto acento del lugar en cuestión, lo cual, desde luego, es preferible. Cierro paréntesis.)

Otras de las novedades ortográficas que han trascendido a la prensa lo son más bien para la norma prescrita; no así tanto para la escrita, esto es: cosas como el no poner tilde a los demostrativos (cuando no existe riesgo de anfibología) ni a los considerados “monosílabos a efectos ortográficos” (como guion) es algo que vienen practicando desde hace tiempo muchos escritores de prestigio. Es decir: nada nuevo bajo el sol.

Otra enmienda tenida por novedosa, por ejemplo, es la que atañe al alfabeto. Pero, ya Ramón Menéndez Pidal rechazaba allá por el 1953 la alfabetización de los digramas o letras dobles (ch, ll, y, menos aún, rr) y preconizó en su momento la adopción del criterio puramente alfabético (y, por tanto, el más internacional) para el Diccionario académico: “la mezcla de alfabetismo y fonetismo en el sistema español —dice el insigne filólogo gallego-asturiano— es imperfecta”. Este aspecto, sin embargo, no se había resuelto del todo bien en la Ortografía de 1999, por lo que se ganó la crítica —siempre inteligente— de Francisco Rico, quien dice de ella que “pudo haber sido la primera del siglo XXI y ha parado en la última del XIX”; aunque seguidamente añada: “A veces, quizá para bien”. Coincidimos con Rico en que lo que hace falta es una Ortografía española que sea “en buena medida una ortotipografía, un código donde todos los factores de la escritura se potencien mutuamente a beneficio de la eficacia y de la elegancia”. Y no sé hasta qué punto la nueva lo será. En fin, la benemérita Academia nos vuelve a dar motivos para el debate y la sana crítica.

Con todo, se suele dar mucha importancia a las polémicas normativas más superficiales y muy poca (o ninguna) a la falta de sensibilidad idiomática que caracteriza a los medios de comunicación. Habría de bastar un Quijote o un dardo en la palabra para concienciar a toda una sociedad del grandioso patrimonio cultural de una lengua (como bastó en su día una novela de Víctor Hugo para que se restaurase, y se protegiese luego, una maltrecha Nuestra Señora de París). No obstante, en absoluto quiere decir esto que se deba restaurar, para uso en nuestros días, un estado de lengua anterior; pero sí convendría recuperar —o conservar en la medida de lo posible— la vieja consistencia de nuestro idioma. Si no, llegará el día en que ya nadie entienda a Jorge Manrique cuando dice que “a nuestro parecer / cualquier tiempo pasado fue mejor”, porque ya solo lo diremos así, sin entenderlo, claro está: en base a los patrones de sensibilidad establecidos, la valoración personal y/o hecha por la colectividad a nivel de mirada retrospectiva se realiza siempre en positivo.

Entre las palabras de Manrique y las nuestras se pueden ver más de quinientos años, o, simplemente, más del doble de sílabas. Nosotros nos decantamos por lo segundo: en definitiva, hay un abismo entre la exactitud, la claridad y la belleza de aquellas y la verbosidad huera del lenguaje político-administrativo de estas. Nótese cómo el grado de acierto o desacierto del contenido de mi pequeña traducción de las palabras del poeta clásico castellano al español moderno resulta casi imposible de calibrar si no es a la luz de las originales, pues cualquier idea expresada mediante ese tipo de nebulosidades carece casi totalmente de sentido. Pero, ¿no es eso, acaso, lo que hoy interesa?

(Publicado en La Voz Libre, 22 de noviembre de 2010)

sábado, 20 de marzo de 2010

La arroba en el pasillo

Este símbolo universal (@) que escribimos en nuestras direcciones de correo electrónico, bautizado en español con el nombre de una unidad de peso ya en desuso, la ‘arroba’, y que en otras lenguas llaman ‘cola de mono’, ‘caracol’, ‘perrito’, o, sin ir más lejos, en vasco: a bildua, ‘a envuelta’; o en aragonés: arredol, ‘alrededor’; este archiconocido símbolo informático, digo, se nos impone ahora como la letra políticamente correcta que hay que usar para no herir susceptibilidades. ¡Y hasta ahí podíamos llegar!

Esto de la arroba de cortesía es cosa que practica desde hace un tiempo, cómo no, la política (mal aconsejada por otro de sus usuarios: el sector publicitario) en sus escritos (folletos, panfletos y páginas web) de donde ha pasado a otros medios, oficiales o no, como por ejemplo la comunidad universitaria, la cual lleva demasiadas arrobas en su prensa. Pero aún más profusas son las que circulan en trípticos o se ven en los tablones de anuncios de los pasillos, así como en farolas, lavabos, escalones, etc., donde abundan los carteles de oferta o demanda de clases de repaso, pisos para compartir, fiestas del botellón y otras proposiciones menos decorosas que, por ello mismo, suelen relegarse a la parte de dentro de las puertas de los excusados, donde se rotula a pelo.

Se trata –como todo el mundo sabe− de usar el símbolo a modo de letra, como signo inequívoco del trato igualitario entre hombres y mujeres. Pero resulta que existe desde hace mucho tiempo un género no marcado que, en español, al menos hasta hace poco, era el masculino. Nada que hacer: según parece, la arroba de marras se ha tomado en serio. He visto ya correos electrónicos de profesores de filología (!) dirigiéndose a los estudiantes con un “Queridos alumn@s:”, como si las alumnas fueran a pensar que se las excluye por el hecho de usar el masculino plural, cuando no hay duda de que éste –en este caso como en tantos otros− comprende por igual a los individuos de ambos sexos, es decir, tanto a los alumnos como a las alumnas. Es una cuestión ésta de mera economía lingüística que viene muy bien explicada en la Nueva gramática de la lengua española, el famoso mamotreto que acaba de publicar la Docta Casa, y cuyo manual, es decir, el resumen, se está haciendo esperar. Convendría a muchos darle un repasillo, pues demasiada gente ha olvidado que el género es una categoría gramatical que no necesariamente se corresponde con la condición sexual, y, por tanto, que quien haga uso de uno u otro, ateniéndose a la norma, no ha de ser considerado machista ni feminista ni nada.

Un mínimo de gramática puede aclarar muchas dudas, y aun ofrecer verdaderas revelaciones. Lo sería (y sin duda causante de no poco arrobo) para el caletre que pergeñó uno de esos anuncios a los que antes me he referido; lo vi esta mañana al entrar al servicio: desesperado por compartir gastos, le daba igual carne que pescado que lechuga, pues escribió lo siguiente: “Se busca compañero/@”. La arroba, en este caso, debía de ser un ofrecimiento a todo género de inquilinos: mujeres, varones, hermafroditas (o quienes libremente se tengan por una u otra cosa, o ambas, o ninguna), mientras se comprometan todos, eso sí, a ir a escote, esto es, a pagar su parte del alquiler: la habitación y lo que da derecho a usar la cocina, el salón y el lavabo, más la correspondiente factura de agua y luz; y, faltaría más, el tránsito por el pasillo.

(Publicado en La Voz Libre, 10 de marzo de 2010.)

viernes, 22 de enero de 2010

Según Francisco Rico...

"Ocurre a menudo que las jerigonzas que llegan de las alturas atentan contra la naturaleza del idioma, desmembrándolo y volviéndolo artificial. Cuando alguien pide "una segunda taza de café" (y no "otro café") es que ya no habla castellano, sino que recurre a un artefacto ajeno: se ha quedado huérfano de sistema lingüístico. Pero mayor gravedad tiene que la jerga de un cierto sector se instaure socialmente como única y establezca unas categorías estándar de pensamiento y de valoración en detrimento de las normales en la lengua de todos: entonces el ciudadano se queda huérfano de criterio."

Francisco Rico, La judicialización de la lengua, EL PAÍS, 14/07/2009

sábado, 21 de noviembre de 2009

Gitanos, aprended sánscrito

José María Bellido Morillas

Los gitanos están culturalmente ninguneados en España. Las creaciones culturales netamente gitanas (y no las que se relacionan con tradiciones artísticas populares hispanas, como el flamenco, o incluso con supersticiones populares, como la quiromancia en la reja de la catedral granadina) son ampliamente desconocidas y despreciadas por la sociedad, y sólo encuentran favor en los organismos públicos, cuyas inyecciones de dinero no pueden cambiar la actitud mayoritaria.
La cultura gitana es eminentemente nómada y ágrafa. Para la actual cultura europea, lo primero no supone ningún problema, ya que, en su seno, el modo de vida más primitivo del hombre ha confluido con el que se presenta como su estado más avanzado: la movilidad, promovida y defendida por la Unión Europea como culmen del progreso civilizado.
Sin embargo, el no tener letras, textos y escribas sí es un problema de prestigio. Todas las culturas ágrafas que fueron entrando en contacto con culturas letradas tuvieron que acabar vertiendo sus textos a la escritura de los recién llegados, como en Perú, e incluso a veces inventaron y falsificaron la antigüedad de sus volúmenes, como parece ser que hicieron los magos persas atribuyendo a Alejandro Magno la destrucción de unos libros que quizá nunca existieron.
Los gitanos se encuentran ahora en este punto crucial de su historia como cultura. Sus tradiciones orales y sus lenguas han sido descritas por eruditos no gitanos usando, bien los alfabetos de las lenguas europeas, o bien alfabetos de transliteración basados en las modificaciones germánicas y eslavas del alfabeto latino; y, muchas veces, en el caso de las traducciones y estudios, estos eruditos se han servido directamente de las lenguas europeas (románicas, germánicas o eslavas). No existen, por tanto, una grafía y una ortografía propias y válidas para todos los hablantes de la lengua romaní.
Y lo que es más grave, tampoco existe una gramática unificada. Todas las lenguas generan dialectos y hablas: pero si no hay una gramática común que cohesione estas variantes, deberemos dejar de hablar de lengua y considerar cada variante una lengua en sí misma, rompiendo la unidad cultural.
Para dignificar y conceder a la cultura gitana el rango y prestigio social que merece, no es necesario, a mi parecer, adoptar una de las variantes del romaní como lengua de cultura, agraviando a las demás variantes e incluso a los gitanos que han perdido su lengua por adoptar por completo otras, como ha ocurrido en España. Elegir un dialecto romaní para toda la Romipén sería tan absurdo como elegir una lengua románica para toda la Romania. Lo que mantiene unida la Romania es su filiación con la lengua y la cultura clásica común, la greco-latina. A base de palabras greco-latinas han hecho las lenguas y culturas románicas su poetría y su gramática.
Pues bien, el latín de las lenguas indias, como lo es sin duda la lengua romaní, es el sánscrito, que ha sido recibido en odres nuevos en todas las lenguas neo-indias, incluyendo el hindustaní, que se ha distanciado del urdu por esto, convirtiéndose en hindi.
La prioridad para el pueblo gitano, creo yo, no es aprender una lengua romaní batúa sino estudiar directamente sánscrito, para entender mejor la lengua romaní, para ganar prestigio cultural y para recuperar milenios de poesía, medicina, filosofía, historia, religión, gastronomía, artes bélicas y eróticas, teatro, música y narrativa que sin duda, como pueblo indio, les corresponden en herencia.
Propongo que la Unión Europea fomente el estudio de las lenguas clásicas hasta que pueda servirse del griego y el árabe clásicos, así como el latín y el sánscrito, en las principales instituciones y actos públicos, con preferencia a todas las demás: si bien se deberá conceder preferencia al latín sobre el griego.
El griego formó culturalmente al latín y a las lenguas eslavas orientales; el latín formó a toda Europa y parte de África, y es la lengua culta de la Romania, los germanos y buena parte de los eslavos, aventajando al antiguo eslavo eclesiástico, el gótico y el islandés como lengua clásica de la Cristiandad; el sánscrito recoge la más antigua tradición de las lenguas indias, de la que procede el pueblo gitano, asentado en Europa desde hace prácticamente un milenio. El árabe clásico es el latín de los musulmanes, tanto de los que ya estaban asentados en Europa como de los que se están asentando en estos últimos tiempos, y, además, el modelo gramatical del hebreo medieval europeo.
Las lenguas clásicas sirven para unir y facilitar la comunicación, en tanto que las lenguas vulgares sirven para desunir y lograr la incomprensión. Si la Unión Europea se toma en serio su clasicidad greco-latina, germánica, eslava, indo-aria y semítica (con la debida veneración hacia el acadio), hará más por el entendimiento de los pueblos y el enaltecimiento de la cultura que si impusiera a todos sus ciudadanos un absurdo esperanto o volapük.

viernes, 9 de octubre de 2009

El verbo reo

Primavera verbal tiene -desde hace cosa de un mes- una continuación, un hermanito pequeño que se llama El verbo reo. En este nuevo blog, inserto en el periódico digital La voz libre, estoy publicando -con bastante mayor frecuencia- textos más breves que los que acostumbro a escribir aquí. Son, por otra parte, del mismo tipo de crítica idiomática (es decir, de opinión que unas veces será censura y otras observación más o menos sugestiva). Espero que les guste.

martes, 25 de agosto de 2009

Bochorno literal

El frío, me hacía notar un amigo el otro día, es cosa que no existe sino como sensación térmica. Lo que hay es más o menos calor. Decimos bien, pues, que ahora, a finales de agosto, hace calor y mucho: no hay quien duerma a gusto por la noche (salvo los que ponen el aire acondicionado a temperatura de iglú), y, si uno no hace algo por remediarlo, como pegarse un chapuzón en la piscina o en la playa, pasa el día enervado, sin fuerzas.
Afortunadamente, el hombre del tiempo, en su previsión por comunidades, ha anunciado una serie de tormentas que, entrando ya por los Pirineos, vienen a librarnos de este bochorno a los habitantes de Cataluña (sorprende que a semejante bendición haya quien todavía la llame riesgo de tormentas o de lluvias). Los gerundenses son los primeros en notarlo: allí, en Gerona –dice el meteorólogo– “ya están bajando literalmente las temperaturas”. ¡Menos mal! Pero, ¿por qué literalmente? Debe de ser que aquí donde estoy, en la Costa Dorada, también van bajando, pero todavía en sentido figurado, que no es tal, sin embargo, si digo que sudo con solo mover un dedo.
Esto de que a los periodistas les haya dado por utilizar el adverbio literalmente para significar algo así como de verdad, muy o mucho, obedece a una voluntad de distinguir o adornar su expresión con un toque chic a lo CNN (cuanto más habiendo un canal homónimo en la televisión de España en el que hablar así es un plus) o la BBC; y es que, en inglés, literally sí se usa ponderativa o hiperbólicamente de forma normal (informa el Merriam-Webster Online), cosa que, a pesar de la insistencia de los medios, aún no sucede en español, aunque a aquellos que desvarían con el idioma se les adivine lo que quieren decir.
Así, no hace mucho, oí que el entrenador de un famoso club de fútbol con demasiados millonarios en nómina tenía un “quebradero de cabeza literal”, vamos, una cosa bárbara. Ya no me extrañó tanto oír aquello, pues, la pasada primavera, en la que hubo incontables inundaciones, ya me había sorprendido un simpático reportero desplazado al lugar de la desgracia; micrófono en mano, dijo que se había quedado “literalmente pegado” al lodazal que cubría el suelo de la vivienda en la que se encontraba, una de las muchas afectadas por las riadas. Con ello –era evidente– no estaba aclarando que la adherencia de sus katiuskas al suelo viscoso de la casa no era un decir, sino que hablaba como un periodista: mediante esos destellos verbales ajenos a la lengua común y comprendida por todos, demostrando ese conocimiento superficial del idioma que caracteriza a los de su profesión.
Poco importa ya a casi nadie que la televisión e internet marquen la pauta del nuevo español estándar, forjado a base de palabras y giros pretendidamente más profesionales que los usados. Uno a veces se cansa de quejarse en balde, no hay nada que hacer. Aquí, las gotas, aunque pocas, han empezado a caer y el aire a refrescar, dándonos, al menos a mí, un auténtico respiro, ¿o debería decir literal?

viernes, 26 de junio de 2009

Abstracciones futbolísticas

Los comentaristas deportivos son muy dados a la abstracción, y, el fútbol en especial, da para mucha. Veamos sólo una pequeña parte.
Sutil conceptuación es, por ejemplo, llamar a determinadas acciones (ya sean pases o desmarques) jugadas entre líneas, a saber: que suceden entre las líneas defensiva, media y delantera. Es más, los jugadores mismos poseen en el campo la condición de líneas, si se tiene en cuenta que, al caer o ser derribados por un contrario que les hace una falta, se dice de ellos que han perdido la verticalidad; la misma −se supone− que recuperarán al levantarse.
Sucede no pocas veces que el balón rueda solo por un fallo en el pase o el regate, ocasión que aprovechan los que pueden apropiárselo: está entonces el balón dividido. Hay la posibilidad, también, de que pasen los minutos y ninguna jugada de uno de los equipos (o de los dos) termine en gol (aunque los intentos lleven mucha o poca intención, o lo que algunos llamamos todavía veneno); cuando esto suceda, el problema estará, según los cronistas de la escuela valdaniana, no en la falta de suerte o acierto, sino en la falta de definición.
Eso, por lo visto, es de lo que carecieron nuestras selecciones absoluta (como llaman algunos a la de los mayores) y subveintiuno (o relativa), que también se nos ha quedado con las ganas de un nuevo éxito; como dijo Vicente del Bosque −con deje periodístico−: "no hemos tenido suerte de cara al gol", lo que nos debería recordar que algunos vivimos aún de espaldas a una realidad que tantos y tantos entendidos del balompié se ocupan de enunciar cuantas veces haga falta: el fútbol es así.