domingo, 6 de julio de 2008

¿Cómo se consuma una deriva?

"En bastantes ocasiones se ha llegado a inferir sentido plausible, aunque pocas veces seguro todavía." (Rafael Lapesa, a propósito de las incripciones en lenguas prerromanas, en su Historia de la lengua española)

Cuando se trate de descifrar, dentro de algunos siglos, los titulares de hoy, la dificultad será mucho mayor. Como las ibéricas o tartesias, estas inscripciones modernas plantearán no pocos problemas a los historiadores del mañana, a saber, por la aflictiva falta de correspondencia idiomática entre la lengua en la que se expresan tecnócratas y periodistas idiomicidas y la que el pueblo viene forjando desde hace de varios siglos; verbigracia, la ubicuidad (y consiguiente pérdida de significación) del adjetivo histórico en radio, televisión y prensa: los medios por antonomasia.
El último grito en periodismo es la utilización del verbo conciliar sin atender a su transitividad en titulares como éste: "Abren algunos colegios en julio para facilitar la conciliciación" (ABC). De cuál sea esa conciliación no se da noticia; obliga, pues, a leer la que aquél encabeza. ¿Será ésa la tan deseada conciliación entre maestros y alumnos díscolos? Leyendo la noticia vemos que no, que es entre los padres de los niños a quienes acortan las vacaciones y sus jefes del trabajo. Pero titulares así, gramaticalmente involucionados -de mentecato escribidor, más bien-, no nos concilian en absoluto a quienes hemos leído El dardo en la palabra y churreros -por llamarles algo bonito- del idioma.
Hace un tiempo, leí un titular que informaba sobre "un viaje -creo que anunciado por la Vicepresidenta- del Gobierno hacia la laicidad". Raro es que los periodistas prefieran palabras cortas, pero para una vez que optan por una, resulta que no existe, cosa que no supone obstáculo alguno para un periodista de hoy, ya que no cuestionan nunca sus ocurrencias*. Al parecer, no se molestan en consultar diccionarios ni bancos de datos lingüísticos, como el CORDE, de la Academia. Y así, las traducciones de según qué palabras van de boca en boca, mocosuena, como las especulaciones y los días después. En definitiva, el esmero para escribir y hablar lo trocaron por no se sabe qué. Mucha locuela, eso sí.
Pero sigamos con otras exquisiteces de las suyas. "El PSOE consuma su deriva radical con más laicidad y la ampliación del aborto." (ABC) ¡Chúpate esa! Para empezar, extraña ese verbo consumar, tan raro ahí; luego esa deriva que, para quien lo escribió, quiere decir, en realidad, rumbo: no es presumible que el redactor del engendro quisiera significar -claro es, en sentido figurado- "abatimiento o desvío de la nave por efecto del viento, del mar o de la corriente", es decir, un PSOE sin voluntad que, si se vuelve -tornadizo él- más de izquierdas, no es porque quiera. Les da igual ocho que ochenta, el caso es escribir periodísticamente (véase mi Cambio idiomático del mes de abril). Y, por si fuera poco, se nos obsequia, se le hace una higa al diccionario -nuevamente-, con esa otra laicidad por laicismo -palabra esta última de viejos ya, por lo que se ve-. Uno se pregunta: ¿por qué cercenar de manera tan atroz el complemento necesario de la palabra ampliación?, pues no es éste aborto, sino todo el sintagma preposicional de la ley, el cual, a su vez, tiene otro: del aborto. Como sea, se sobreentiende, porque la gente no es tonta, pero es excesivo muchas veces el recurso a la elipsis al que se la somete. Nótese con qué vagancia redactan algunos: "Se minimiza el escape de Vandellòs". Lo que se quiere significar es que se relativiza o se le quita importancia, o, en todo caso, que se minimiza la importancia. Ojalá se pudiese, pero no es posible minimizar un daño, por pequeño que sea, si ya se ha producido. Como este de las neuronas de los periodistos de que venimos hablando, ése que venía haciéndonos notar -con tan poco éxito entre quienes se deberían sentir aludidos- Lázaro Carreter desde 1975 en sus dardos.

*Hoy, sin embargo, debo retractarme de lo dicho, si por laicidad entendemos la 'condición de laico', o nos referimos, precisamente, a un estado, el de la laicidad, frente al laicismo que sería una tendencia o, efectivamente, una actitud. Así, en Hegel se habla de eticidad como el estado (o síntesis de los dos anteriores) ético del "espíritu objetivo", etc.

jueves, 3 de julio de 2008

¿Quieres confirmar?

Dice Juán de Mairena que “los niños buscan confirmación aun de sus propias evidencias”. Tal vez uno no madure del todo hasta concursar en Identity. Programa de televisión éste que también ven nuestros locos bajitos. Lo ponen un poco tarde, es cierto, pero, por lo menos, algunos deben de ver el comienzo, cuando el presentador dice eso de: “¡Bienvenidos a Identity!”, con gran énfasis en la voz y en el gesto (algo así como un cruce entre Alí Babá y Luis Cobos) al mismo tiempo que un fogonazo de neón semeja el efecto mágico de sus palabras y la momentánea transfiguración de todo a su alrededor. Luego veremos para qué puede que sirva tanta apoteosis.
En este concurso, contra toda lógica, y llegado el momento decisivo, que se repite cada vez que el presentador le pregunta al concursante si quiere o no confirmar lo que tan solo barrunta o, a lo más, supone por ciertos indicios. En concreto, de quién, de los doce que tiene delante, es cada una de las identidades, entre nombres de oficios o características que hacen a quienes las poseen singulares entre los demás que se prestan a tal menester. Lo normal, en esas circunstancias, sería que, por muy evidente que le parezca quién es quién, diga que no puede confirmarlo; claro es, a no ser que haya tongo. Sin embargo, los concursantes de Identity, nunca rehúsan confirmar sus cábalas cuando se les pide que, o bien lo hagan, o se planten. Quizá alguno de ellos se haya plantado alguna vez por lo imposible de tal requerimiento, pero, de haberse dado el caso, se fue sin así expresarlo ante la cámara, pues nunca nadie ha dicho ni mu al respecto.
Los que quieren arriesgarse, eso sí, acaban diciéndolo todos, bien "alto y claro": confirmo que la identidad –verbigracia, del sexador de pavos o de la camarera de chupitería– pertenece a …, y el número del tal o cual sujeto de los que están enfrente para ser adivinados. Entonces, el concursante pulsa el botón, y, tras otra fugaz transfiguración generalizada en el plató –y aun la de los televidentes en sus casas–, la verdadera confirmación se da, la persona con la identidad de marras se descubre. El efecto de ese baño de luces y sonidos llenos de patetismo ha sido el de la exoneración del confirmante y de quien le indujo a prevaricar, pues todavía no se ha abucheado a ninguno por mentiroso. Y no deberían, son las reglas del juego. Quizá algún día se descubra a alguien con el poder de confirmar, de verdad, lo que no sabe de antemano a ciencia cierta en… ¡Identity!