sábado, 8 de noviembre de 2008

Inercia

Los placeres y los días ya no volverán, pero El ruido de la calle, la columna diaria que escribe Raúl del Pozo en El Mundo, fielmente imitativa de la de Umbral -¡y en buena hora!- pero con una personalidad propia -que ya es decir-, es de lectura recomendadísima. Es este ducho articulista, como su maestro, amigo del buen decir y la sana crítica. Así, y como es de esperar en quien se expresa tan bien, a Raúl del Pozo no le pasan desapercibidos algunos de los aspectos que caracterizan al español de los medios, esa jerigonza "periodística y ministerial" (al decir de Francisco Umbral): en su artículo Ruleta rusa, por ejemplo, hace notar que los periodistas usan mucho la elipsis, que es lo mismo que decir que abusan de ella. Hoy leo, en el titulado Alas de Papel, que, esta herramienta (y juguete) de la humanidad en que se ha convertido Internet y su ciberespacio, al igual que lo fue en su día la imprenta, es "el nuevo lugar de la mente". Y habría que añadir -según algunos "expertos"-, para el que se necesita una mente nueva, pues, las habilidades más importantes -aseguran los mandarines de los mass media- ya no son leer y escribir, sino -aunque no se sepa cómo sin aquéllas- saber escoger. Pero, la bien llamada sociedad de la información -ya que se contenta con ésta-, no está por la labor, prefiere que se lo den hecho, y en forma de telegrama, o mejor, de SMS. "Hay una crisis de la retórica -dice Raúl del Pozo-, una transformación del lenguaje", y "en la alfabetización digital de nuestra democracia no se nota progreso ni ilustración".
Y es verdad, lo venimos repitiendo aquí: hay un tipo de inercia que afecta a la palabra en sí misma, es decir, a la capacidad discursiva de gran parte de la sociedad y que consiste, precisamente, en la sumisión -tanto pasiva como activa- del intelecto y su expresión a todo lo mediático; esto es, el conformismo y el aplauso generalizado ante el rasero intelectual vigente en los productos audiovisuales.
Grande tiene que ser la fuerza que rompa la inercia de una institución -de sobra ya consolidada en cuanto a recursos técnicos y métodos de manipulación- al servicio del poder, que la financia. Entre esos métodos y maneras de hacer asentadísimas está la manipulación del lenguaje. Lo que denominamos aquí registro mediático, no es más ni menos que la preñez expresiva de tantos profesionales y amateurs de la comunicación para las masas, los cuales sienten predilección por los lugares comunes y cierto tipo de expresiones y palabras postizas, características de su jerga; palabrería ésta en definitiva que, absorbida por el público lector y oyente todos los días, tiene a la lengua -en nuestro caso la española- en trance de convertirse en rémora para el cerebro de todos (lo es ya para el de aquellos cuya única rebelión ha sido dejárselo lavar). Algunos nos resistimos como podemos y nos aplicamos, junto con nuestro quehacer diario, a la conjura de los excesivos neologismos, los giros y lugares comunes difundidos por los medios de comunicación, sin más criterio que el de distanciarse del común e imponer el suyo, recurso éste que les sirve a tantas personas -cada vez más esclavas de aquellos a quienes les hacen el juego- para hablar (y aun escribir) en público.
Los que medran en el candelero como tantísimas personas de a pie, están ya sobremanera imbuidos de cultura audiovisual, la cual estiman alternativa a la supuestamente vieja y libresca (o académica), lo mismo que su uso de la lengua, informado por el tipo de locuela en que han convenido prensa, televisión y radio, amén de esa que terminará por engullir a las trés: Internet. Son legión quienes piensan que esa forma de expresarse "es lo propio" en la televisión, la radio o la prensa. La sensación general es la de que hablar así (a nivel de..., decir que..., el tema de..., ...de género, a día de hoy, buenas sensaciones, etc.) viste mucho. Gentes de toda clase y condición sa han hecho a la idea, pues, llegado el momento, sus adeptos renuncian, automática y entusiasmadamente, a su discurso normal (más o menos apopiado) para cambiar a dicho registro y decir cualquier trivialidad. Porque hoy en día, los medios por antonomasia son más que nunca accesibles a cualquiera, basta con perder la dignidad o hablar su jerga, si no, se es poco menos que un friqui.
Todo idiomicida (progresista, tecnócrata o demagogo) ve en el habla adulterada de la modernidad no solo un avance lingüístico indiscutible, sino un paso más en la llamada "conquista de libertades", la cual no tiene límites: es preferible un mundo en el que se terminen, también, los prejuicios "de tipo cultural", y, en concreto, los que derivan de un idioma con su norma culta fijada. Y es que hay mucho de pretendido paganismo lingüístico -y muy poca humildad para reconocer la propia ignorancia y aprender de los que saben-, en el sentido etimológico del término pagano, esto es, "el que no milita"; pero, en el caso que nos ocupa, en vez de en la fe de Cristo, donde no se milita es en las filas de los supuestos guardianes del idioma, sumisos a los dictámenes de la Academia, cuyo única razón de ser -piensan los paganos- es la de purificar el idioma, mediante la represión de sus hablantes: poniéndoles trabas (normas) y limitaciones (el Diccionario) a su libre albedrío, que es como los paganos ven la gramática.
Hay casos en que el desdén por lo normativo lo expresan algunos con suma propiedad (léase a este trujamán que, sin embargo, no acierta a traducir la línea -última del primer párrafo del célebre artículo titulado Politics and the English language- en que Orwell dice que el lenguaje es "algo a lo que damos forma según nuestros propósitos" y que nuestro trujamán interpreta al revés). Y, al contrario, también, la falta de letras hace que los tiquismiquis mezclen churras con merinas (todos hemos oído alguna vez, verbigracia, a alguien criticar la doble negación en español). A su vez, aquellos que cultivan el lenguaje y maneras pedestres -los hay que se ganan la vida con ello en los medios, ¿dónde si no?- suelen con frecuencia hacer un esfuerzo por mejorar su dicción, curiosamente, cuando maldicen a los puristas, cuando no echan mano del refranero o se producen con un retintín castizo -en ocasiones logradísimo- que, en su meollo, deben de tener por contrario a toda preceptiva en la lengua de Cervantes. En fin...

jueves, 2 de octubre de 2008

Mercadillo para pedantes

Según síntomas, el manejo de un gran -importante, dicen los bien hablados- número de estadísticas afecta al caletre. Sólo así se explica que cierto periodista pueda llegar a ver -puesto que así la llama- improbable una victoria de Fernando Alonso que ya se ha producido; siendo así que, por muy asombrosa e inesperada que sea, deja de serlo y se convierte en un hecho, celebrado o no -depende de la perspectiva-, del que casi todo el mundo tiene noticia.
Sería, sin embargo, de poco avisados excusar tal desliz verbal por el embotamiento de la mente llena de porcentajes, pues, higas como ésta, se nos hacen, desde los medios de información, todos los días, a los que respetamos y cultivamos -en la medida, siempre mejorable, de nuestras posibilidades- la propiedad de la lengua española. No son únicamente errores lo que cometen los periodistas que sacrifican el sentido común a lo mostrenco. Es una tendencia, la suya, que tiene a grandes parcelas de la lengua, y por ende, de la mente de muchas personas, sobre las que influyen tanto idiomáticamente, en trance de convertirse en pura vaguedad, imprecisión y pintoresquismo huero.
Cosas tan elementales como la probabilidad o la improbabilidad de un hecho son lo que los periodistas están trastocando, para ser diferentes -eso es ahora lo periodístico- del común de los hablantes (incluyo aquí también a los educados y más o menos cultos en letras, como los cultísimos académicos de la lengua, tan injustamente despreciados por ser tales, pues ellos también hablan español normal y corriente, aunque, además, dominen un lenguaje especializado para comunicar su saber, hecho de conceptos que necesitan de un lenguaje más preciso que los vehicule, que, naturalmente, ha de rebasar el repertorio de giros y voces del pueblo -cada vez menos llano en el hablar que informan la televisión, la radio y la prensa, sobre todo la deportiva-, pero que en ningún caso se trata de una jerga académica) cuando hablan o escriben.
Los periodistas de hoy, herederos de los que empezaron a hablar rarito, hace ya bastantes años (unos cincuenta o más), son gente aún menos concienciada de los beneficios personales y del procomún que derivan de conocer bien la lengua española, y, claro es, la cosa ha ido a peor. Exhiben sus perlas idiomáticas de bisutería sintética, las mismas y a diario, lo que tiene pero que muy poca gracia hecho a todas horas. Veamos algunas con las que nos quieren deslumbrar: parece habérseles pegado un especial gusto por decir eso sí a troche y moche, aunque lo que digan precise, más bien, del valor adversativo de un pero, o del contrastivo de en cambio; o el recurso a esos adjetivos, tan sobados innecesariamente: hoy todo es masivo e histórico; el adverbio literalmente para significar mucho o muy, y no "conforme a la letra o sentido literal" -cuando lo utilizan, curiosamente, no suele haber ambigüedad- ni que deba "interpretarse en la plenitud de su sentido la palabra a la que acompaña" dicho adverbio. "El bosque arde literalmente", nos dice la reportera de televisión, con las llamas enormes viéndose a lo lejos.
Es endémico en el periodismo español, que hace de él uso exclusivo, el condicional en -ía para expresar una hipótesis o un rumor -especulaciones, dicen ellos-, forzándolo tanto como al adjetivo supuesto; así, dicen, por ejemplo, que el mafioso -o supuesto mafioso- de turno podría haber escapado a Suramérica. ¿Cómo que podría? ¿Si le hubiesen dejado? ¿Si no lo hubiesen prendido antes? ¿Si qué? Pero no hay respuesta, ¡es que hablan así! O eso otro, de indios del Far West, al final de los telediarios: decir que..., destacar, verbigracia, las nubes del centro de España, tras ese infinitivo pelado, como si nos leyesen "sus apuntes en bruto"
, nos dice certeramente Fernando Lázaro Carreter en su El dardo en la palabra.
Hoy he oído cómo un afamado piloto de motocicletas despachaba a un reportero que lo importunaba sin darle tregua, con pretensiones de llevarse un buen titular rosa. Le preguntaba, cómo no, sobre su vida amorosa, a lo que el motociclista contestó: "Sí bueno, decir que ahora mismo estoy soltero." Y es que, dar muestras de estar tan familiarizado con la jerga y el estilo periodístico-administrativos de la inteligentzia mediática, le otorga a uno cierto prestigio ante el paisanaje; para que no se diga que sólo tiene cuentaquilómetros en la sesera.
Aparte sus émulos, creen los periodistas que deben hablar así para medrar en su profesión, sin importarles en absoluto la ignorancia que demuestran, a sabiendas de que el pueblo tolera su locuela y la tiene por algo normal, algo que deben hacer el esfuerzo de entender -e incluso imitar- si no quieren ser tenidos por palurdos: los periodistas hablan así precisamente porque lo son y tienen mundo (cosa que se da por hecho y que no tiene por qué conllevar demasiada cultura; en todo caso, se les supone con una cultura de otro tipo: la del cotarro, el establishment, y lo políticamente correcto, mucho más útil en nuestro tiempo, que se cree superior a todos), y hasta se les reconoce cierto mérito, ya que han tenido que aprender a ser ecuánimes en su labor informativa, a diferencia del resto de los mortales, que trinamos cada dos por tres.
Se ha librado a la sociedad del esfuerzo de pensar -y aun del de opinar-, siquiera de forma general, sobre la política, la economía, las ciencia y las artes de su país. De estas últimas, el arte actual, merece mención aparte. Es ese que ha de tener una causa fuera de sí que lo justifique, amén de diletantes -y mecenas-, jóvenes o no, pero que sean espontáneos y que no lo prejuzguen -sobre todo los mecenas-. Todos estamos llamados a convertirnos en gustadores de eso que se llama otra mirada del artista, la cual ha de poseer, a su vez -y a su manera-, claro está, quien mira. No vale mirar para otro lado, porque, por muy variopinto que sea -como su público fundamental-, y pretendidamente hecho a sí mismo al margen de las tradiciones que dictan el buen gusto, representado y coordinado por las academias, el arte actual -el que se va perfilando como vigente, por haberse buscado una utilidad irreprochable- es eminentemente humanitario, hasta el punto de hacerse sumamente abstracto o simple, conceptual y estéticamente, ya que, cualquiera que sea la causa por la que se lucha artísticamente, ella será también la que motive la exctracción de sentido en el espectador.
Es tanto el esfuerzo mental -de ningún modo el tiempo- que nos ahorran estos medios de comunicación globales que, sin ellos, no sabríamos poner las cosas en su debido sitio y hace tiempo que se nos habrían dado la vuelta como un calcetín. Es la información la materia prima con la que trabajan desde -ellos no dicen con o mediante, pues el suelo que pisan es la misma virtud que predican- la profesionalidad; ya pocos se atreven a llamarle objetividad, no por imperativo moral, sino porque esa palabra ya no lleva a ningún sitio y, en cambio, puede suscitar dudas a más de uno que mejor estaba calladito.
Pero es el caso que, como tengo dicho, desde hace algún tiempo a esta parte, el lenguaje periodístico (y a la par el administrativo) español viene cargándose de giros y palabras espurios que a uno le parecen destinados a que entiendan antes los de fuera que los de aquí, y que no hacen sino exasperar al personal a base de neologismos y circunloquios (aun siendo aquél buen entendedor, y, precisamente, por serlo), pero que resulta ser un sucedáneo de la buena dicción para la que hace falta una buena escolarización y muchas lecturas.
De los dislates verbales de los medios (y aun de los propios), uno se da cuenta gracias esa sensibilidad idiomática que todos tenemos, si no la hemos echado a perder, claro está, viciándola con palabrejas y modos de decir pintorescos para engalanar nuestra expresión, generalmente pobre, si no se ha informado, como digo, con los libros. Pero, sobre todo, leyendo ese delicioso que es El dardo en la palabra (el primero y el nuevo). Y, naturalmente, tantos otros de los maestros de nuestra lengua; aprendiendo, también, de los pocos pero doctos que todavía enseñan en los institutos y las facultades universitarias, esos catedráticos sabios -no todos lo son-, poco conocidos y que hacen vida normal, como un profesor mío de Historia de la lengua inglesa, que no renuncia, como muchos otros, a dominar y a amar la suya propia. ¡Y hay que ver cómo se expresa en ambas! Con los recursos que le da cada una, sin colgarse joyitas baratas del mercadillo de los pedantes.

martes, 2 de septiembre de 2008

García Márquez sufre "como un perro" por la mala calidad del periodismo escrito

Una de las voces más acreditadas para los periodistas (para la progresía, en general), Gabriel García Márquez, ha dicho que "sufre como un perro" leyendo los periódicos. Que no tienen tiempo los periodistas para pensar, y, en consecuencia, escribir bien. Casi nadie escucha a otros que decimos eso mismo. Los que sentimos que la lectura de periódicos, tal y como están escritos, no nos es ni siquiera simpática, nos mostramos solidarios en este caso con el colombiano. Si bien, tampoco es de esperar que sirva de mucho que el nobel, Gabo para los amigos, se haya quejado.
Lean la noticia y fíjense en el curioso uso que su redactor hace de obstante. ¡Si es que no tienen tiempo!

lunes, 18 de agosto de 2008

Enseñanza y conocimiento

Le recomendamos encarecidamente, lector amantísimo, que lea también el artículo Enseñanza y conocimiento, de Francisco Rodríguez Adrados. Leer a este señor sabio es un gusto; pero, desde que lo venimos haciendo, hemos notado que hay que hacerse a su peculiar sintaxis y a sus generalizaciones, que, de tan precisas -abarca tanto a veces un solo sustantivo suyo-, deslumbran. Juzguen ustedes.

sábado, 16 de agosto de 2008

SNOB MEDIA

Francisco José Sánchez García

Un conocido escritor –periodista, para más señas– aseveró que hay dos clases de pedantes: los pedantes del pasado, llamados humanistas, que citan en latín; y los pedantes del futuro, conocidos como esnobs por citar en inglés. No es ninguna novedad que los plumillas españoles hacen de su capa idiomática un sayo, y por ende, no es la primera vez, ni será la última –nos tememos– que se les critica por el mal uso de su herramienta de trabajo, en este caso, el español.
Hoy toca que les aticemos por esnobs. Pocos oficios hay en España que destaquen por su afectación del modo que lo hace la profesión periodística, sublime sin interrupción (aunque no se haya leído a Baudelaire) desde el redactor jefe al último juntaletras que cobra por palabras. Nos interesa recoger aquí un ramillete de ejemplos que deje de manifiesto una tendencia evidente, y cada vez más pujante –acaso imparable– que padecemos a diario y que de tan frecuente, ya nos resulta familiar y está empezando a aposentarse en lo más hondo de nuestra conciencia lingüística: el recurso innecesario al anglicismo. Huelga decir que muchas de estas voces, sean empleadas por periodistas o por particulares, son necesarias, en la medida en que suplen una carencia o rellenan una acepción hasta entonces desconocida. Es el caso de los numerosos tecnicismos (informática, economía, o cualquier otro ámbito), muchos de ellos recogidos en el Diccionario de la RAE, sobre los que no tenemos nada que objetar.
“Snob” es un término curioso. Aunque procede del inglés, en realidad es una contracción de una expresión latina, “Sine nobilitas”, usada para designar a los miembros de la burguesía del s. XVII que querían aparentar una mayor posición social. Se recurrió a esta voz cuando la Universidad de Cambridge comenzó a admitir a algunos plebeyos becados, que, para poder ser distinguidos del resto de alumnos, anotaban en la matrícula dicha expresión, abreviándose más adelante cuando el uso se hizo frecuente. Actualmente, sirve para referirse a las personas excéntricas, o con afán de protagonismo y consideración social, que imitan las maneras y opiniones de aquellos a quienes consideran distinguidos. Seguidamente veremos qué es lo que “distingue” a los esnobs (por su lenguaje los conoceréis).
Sin nobleza, decíamos. Desde nuestra cita diaria con el deporte rey a los cruentos sucesos que nos sirve la “crónica chunga”, pasando por las soporíferas informaciones sobre los discursos pronunciados en sede parlamentaria, sufrimos un bombardeo de postizos “made in USA”, a un ritmo cada vez más voraz y atrabiliario. Así, lo que debiera ser nuestra sosegada ración de sopa informativa diaria, que alimentara el cuerpo y el espíritu, se nos ha convertido en un totum revolutum, –en el que todo cabe, sin orden ni concierto–, en una olla podrida de locuciones espurias –de acuerdo a (calcado de according to), durante largo tiempo (for a long time), en base a, o el omnipresente primero de todo (first of all)–, voces innecesarias –timing por horario, inicializar en vez de iniciar, checar por chequear, sparring (político o deportivo) en lugar de preparador, manager o sponsor (según se cobre o se pague por un business)– o acepciones sospechosas (pensar por creer, instrumental por esencial, editar por corregir o escenario en lugar de posibilidad). Con estos ingredientes, como no podía ser de otro modo, el plato resulta indigesto, y con tropezones.
Por algo apuntaba Carmen Calvo, nuestra defenestrada ministra de Cultura, que el español está lleno de “anglicanismos”. Diga usted que sí, que estamos hechos unos “protestantes”, aunque sobren los motivos. Se dice que Carlos I hablaba latín con Dios, italiano con los músicos, español con las damas, francés con la corte, alemán con los lacayos, e inglés con sus caballos. Como es natural, no sabemos de qué manera se hubiera entendido el monarca con los periodistas, probablemente por señas, pero como no lo tenemos a mano para preguntarle, piense cada uno lo que mejor le acomode. Acaso por esa razón hablan en la profesión del “periodismo de raza” (los más esnobs suelen ser los más valorados, premiados y prejubilados –en este orden–). Nobleza no tendrán, pero tienen pedigrí, que ya es algo.
Precisamente, estimamos que lo peor de la angloparla –así la llamaba Fernando Lázaro– es que suele servir de recurso cuando nuestros informadores andan lacónicos de ideas, o lo que es lo mismo, cuando no tienen claro qué decir, y así, para intentar paliar la penuria intelectual, lo fácil es acudir a la palabra comodín, que si además es yanqui, aporta un plus de cosmopolitismo. Y si el personal no se entera, tanto mejor (de eso se trata muchas veces). Ya dijo Umbral que los escritores que hablan de ideas en varios idiomas, o son unos aficionados, o son argentinos. Pues eso, que nuestros periodistas peninsulares –no es visible aún el síntoma de acento porteño– son unos aficionados a la angloparla, por no decir aficionados a secas. Aquí no pasa nada: los lingüistas ponemos el grito en el cielo, y ellos el libro de estilo en el cajón, ese limbo de madera en el que las ideas duermen el sueño de los justos.
Voces y expresiones como las antedichas son como una visita inesperada: su uso esporádico no molesta a la lengua, lo verdaderamente preocupante es que hayan venido con la intención de quedarse. No olvidemos que el lenguaje periodístico es el que más influye en el hablante común. La lengua no debe ser ajena al intercambio, ni mucho menos quedarse en una urna al abrigo de los vientos de cambio, siempre que sean precisos. Sobra decir que en la defensa del idioma de uno, el que sea (“sangre del alma” para Unamuno, “casa del ser”, para Heidegger) no hace falta dejarse arrastrar hacia extremos fundamentalistas, que suele ser el argumento típico del informador cuando se le llama la atención sobre el lenguaje. Curiosamente, suelen aducir la prisa como excusa más recurrente, que indudablemente aboca a nuestros mercenarios del teclado o el micrófono a una vertiginosa carrera por terminar su información cuanto antes, en un espacio de dimensiones reducidas (caso de la prensa escrita) y, si es posible, epatar al respetable con algún destello de novedad o ingenio. Porque el esnobismo de los medios no es otra cosa que un desmedido afán por el deslumbramiento inmediato (también las urracas atesoran objetos brillantes), y como el ingenio no es un rasgo que caracterice a las redacciones patrias (siempre hay excepciones), es de esperar que nos obsequien con alguna cursilada anglófona, cualquier voz ómnibus, breve, neutra y grisácea que sirva para salir del paso. La prisa no justifica la necesidad de recurrir a single por soltero, overbooking por sobreventa, frame por marco, shopping por compras, que espigamos aquí entre un arsenal de ejemplos puestos negro sobre blanco. Mientras tanto, el diccionario, también al fondo del cajón, (no es bueno que el libro de estilo esté solo) acumulando el noble polvo del olvido.
Por eso se critica que la prensa española adolece de un exceso de improvisación y un soberano descuido lingüístico, con el consiguiente deterioro –dicho está de sobra por plumas mucho más autorizadas, valgan tres nombres: Fernando Lázaro, Manuel Alvar o Gregorio Salvador– de los matices significativos entre multitud de vocablos de un idioma, el nuestro, que siempre ha destacado por esa riqueza. Es conocida la fábula del perro que, yendo orgulloso con hueso entre los dientes, contempló su reflejo en el cauce de un río, y envidiando el otro hueso que veía en las aguas, dejó caer al fondo su preciada carga y se quedó sin nada. Todos los profesionales que controlan el discurso público (políticos incluidos) han de ser cuidadosos, no sea que ese hueso que es el idioma se nos vaya al fondo cada vez que nos fascina una lindeza foránea, cada vez que triunfa un uso espurio, ajeno a nuestra tradición, arrinconando a una voz o expresión castiza, con la consiguiente pérdida de matices y el empobrecimiento idiomático que ello conlleva. A ello contribuye, dada su indiscutible influencia, el “cuarto poder”, los medios, nuestros queridos –qué haríamos sin ellos– snob media, sacrificando a diario el idioma en el altar de la mediocridad.
Es responsabilidad del redactor el empleo de palabras hondas y justas, concisas y concretas, claras y correctas. Lo mínimo que debemos exigir a cualquier profesional es que maneje con esmero su herramienta de trabajo, lo mismo que cuida el obrero el palustre, o el labrador el azadón. Es lo suyo. Nobleza obliga.

martes, 5 de agosto de 2008

"póntelo/pónselo"

Caen como moscas estos periodistos, ya hayan salido de su facultad de ciencias de la comunicación o de la misma de periodismo: sucumben todos a las voces o frases de moda –en su jerga–: de cara a, histórico, bien merecidas vacaciones, efectivos, especulaciones, recordar que…, sensaciones, etc. (ver El dardo en la palabra) Caen como chinches, irremisiblemente, y adoptan una parla que se caracteriza por su pobreza y corrupción léxicas. Maltrecha está su expresión, divorciada hasta tal punto del español normal y corriente, que hacen falta, para entender cabalmente lo que dicen, diccionarios al uso –el de estos idiomicidas–, como el que está a disposición de los lectores o no del periódico El País (véanse en él la primera acepción de especular, o la inclusión de la locución adverbio (sic) a nivel de). Oímos cada día esta locuela, y la leemos en las principales cabeceras españolas, y sólo nos libramos del contagio al que nos exponen sus usuarios contumaces mediante un eficaz profiláctico: la lectura ávida de literatura. A estas alturas, es sólo en virtud del copiosísimo caudal lingüístico disponible en el acervo literario que podamos en mayor o menor medida -según el aprovechamiento que de él se haga- protegernos contra los efluvios mefíticos de la ubérrima jerga periodística; esto es, incorporándolo progresivamente al nuestro a base de abundantes lecturas. Todavía no hay concienciación suficiente, pero es desaconsejable abandonarse a la promiscuidad idiomática de los medios de comunicación a pelo.
Muchos son los que aún no han adoptado la drástica medida. He conocido a algunas personas inmunes a la enfermedad que podríamos llamar de la lengua de periodista (por analogía con la comúnmente conocida como infección del pie de atleta); suelen ser humildes y sinceras, hombres y mujeres con un raro sentido común idiomático en nuestros días. Debería ser, pues, alarmante la amenaza para todas aquellas otras personas que no tienen tan resistente esa sensibilidad frente a lo que desvirtúa sus formas de decir heredadas de sus predecesores, quienes forjaron su lengua. Durante siglos, los hablantes han contribuido manteniendo la actualidad de dichas formas, o quitándosela, aquí y allá, junto con los demás miembros de su generación, mediante cambios y supresiones, y hasta innovaciones que luego han encontrado su debida fortuna, totalmente naturales y necesarias para la comunicación, que se enriquece con lo nuevo y la influencia mutua entre los distintos dialectos de una misma lengua, y aun entre las lenguas mismas.
Hoy en día, el problema lo tienen quienes, si bien no tienen cuentas con el gremio periodístico -a pesar de que este cacaree a todas horas dentro de sus hogares-, no leen nada más que la prensa deportiva o revistas de tres al cuarto. Igualmente en riesgo están las personas semicultas que leen, poco o mucho, pero malo: generalmente traducciones de libros poco exigentes, de autoayuda, o novelas sui géneris -de las que ya hay muchas, naturalmente, aprovechando las aguas revueltas- como El código Da Vinci. Son legión, en todo caso, los que no dedican el tiempo necesario para adquirir o mantener un hábito lector, ya sea porque de verdad no lo tienen o porque ven demasiada tele, a la que son adictos; pero, sobre todo, porque no lo hicieron de niños, aquejados como estaban de un horror a la letra impresa, debido éste a una mala didáctica del texto en la escuela, que fallaba en lo decisivo: en ilustrar a los alumnos para que estuviesen en condiciones de dialogar con el texto. Y así fue que, siendo el método deficiente, lo hicieron, como tantos otros, a regañadientes, por mera obligación. Y he ahí donde se ha de hacer valer la maestría del profesor de literatura, enseñando los rudimentos necesarios para interesar a esos adolescentes por algo nuevo que, ellos –tal vez por su natural–, de no ser persuadidos, no requerirían espontáneamente, como puede ser la lectura de un Quijote o una Celestina (óiganse ésta y otras conferencias de Fernando Lázaro Carreter al respecto.)
Pero, a lo que íbamos, el contagio es aun mayor entre periodistas, pero también entre quienes, por sus circunstancias, se ven obligados a hablar ante los medios, a hacer las dichosas declaraciones de turno, debido a su estancia, ya sea corta o larga, en el candelero; los políticos y sus analistas; los futbolistas, sus entrenadores y sus patronos presidentes; los actores y sus directores revelación con gafas de pasta gruesa; los y las modelos y demás carnaza mediática, noble o plebeya (que, por cierto, es mucho más dada a conservar el idioma que mamó en su casa que los excelsos periodistas, aunque no lean a los clásicos). Todos ellos empiezan y enjaretan sus peroratas soltando a niveles de, en bases a, de algunas maneras, buenas sensaciones, plannings, temas, síes buenos noes yo creo que…, y otras lindezas por el estilo, nada más se les pone la alcachofa de alguna cadena delante. ¿Cuántas veces se repiten al día los verbos iniciar y finalizar, excluyendo totalmente a sus sinónimos –¿por menos periodísticos?– empezar, comenzar, acabar, y terminar? ¿Cuántas veces más oiremos esa ocurrencia, graciosa en su momento, pero ahora tan cargante, de haber hecho los deberes los políticos, los empresarios, los presidentes de clubes de fútbol, etc., como algo normal, tal cual se dice de los niños –los aplicados– a las siete de la tarde?; ¿Cuántas más escaladas de todo tipo: de precios, de temperaturas, de violencias (incluida la de género –victoria feminista ésta, la de que se llame así a la ejercida por los hombres contra las mujeres, precisamente por razón de su sexo–)? ¿Por qué el uso del condicional de probabilidad tan forzado? Se ha extendido éste muchísimo entre periodistas, y, con él, sólo con él, nos dicen, por ejemplo, que “un médico nazi podría vivir en Argentina”; pero, ¿cómo que podría vivir? ¿Si se le dejase, si tuviese dónde, si qué? Tan solo quieren significar que puede que allí viva, y que, por lo tanto, allí se le busca, no fuese que la oportunidad de juzgarlo como se merece se pierda, aunque al cruel galeno le queden menos de dos telediarios porteños.
El influjo que la grey periodística, en su mayoría alucinada idiomáticamente, ejerce sobre quienes son objeto de su labor informadora, es total. No es de extrañar, ya que ahorra mucho trabajo: el de tener que pensar uno mismo cómo dar ciertos matices a su expresión, cosa que, por lo demás, sólo la lectura vuelve absolutamente necesario. Pero dichas muletillas otorgan a toda clase de analfabetos la posibilidad de hablar de esa forma prestigiosa que hace que sus paisanos queden epatados, atónitos, al escucharlos; sin darse cuenta de que ellos mismos dirían más y mejor que ese que se trata de lucir ante el personal hablando como un perfecto tecnócrata: todo puro artificio barato, ya que no exige más que emplear esas frases políticamente correctas, que enseguida se pegan, dada las muchas horas que de ordinario pasamos las personas frente al televisor, oyendo a los que trabajan saliendo en ella hablar pateando el diccionario. Muy fisnos y periodísticos ellos. Le hacen, de esta forma, un flaco favor a la sociedad: engañándola, haciéndole creer que así es como se habla; que cualquiera que clame contra la mediocridad intelectual, y, por ende, idiomática, al servicio de los intereses creados de tirios y troyanos, está pidiendo peras al olmo, o queriendo que todos hablemos como académicos, como si aquellos señores hablasen en verso. Prefieren decir cosas como efectuar oraciones, en vez de, simplemente orar o rezar, y creen que se les critica por no hablar académicamente.
Todo ese ambiente distendido y de camaradería que se exhibe hasta la saciedad en la teúve, no es sólo mimetismo de los modos anglosajones para ganarse a la audiencia, que mucho hay de eso; sino que todo el paripé se sustenta sobre la base de un acuerdo tácito, según el cual, siempre y cuando, en lo lingüístico, nadie destaque por ser más letrado que los demás, y utilice, al hablar, los mismos tópicos y las sobadas metáforas, los giros reporteriles en boga, no habrá problemas. Todos hablando igual de mal, nadie pasándose de listo, ni pensando de más. Entonces sí, se les permite esa mueca aséptica que sugiere como un leve escozor tras el reportaje, que lo dice todo y no dice nada; esa coletilla característica, “volveremos con más noticias, esperemos que algunas buenas…”; “así ha sucedido y así se lo hemos contado”. ¡Olé!

domingo, 6 de julio de 2008

¿Cómo se consuma una deriva?

"En bastantes ocasiones se ha llegado a inferir sentido plausible, aunque pocas veces seguro todavía." (Rafael Lapesa, a propósito de las incripciones en lenguas prerromanas, en su Historia de la lengua española)

Cuando se trate de descifrar, dentro de algunos siglos, los titulares de hoy, la dificultad será mucho mayor. Como las ibéricas o tartesias, estas inscripciones modernas plantearán no pocos problemas a los historiadores del mañana, a saber, por la aflictiva falta de correspondencia idiomática entre la lengua en la que se expresan tecnócratas y periodistas idiomicidas y la que el pueblo viene forjando desde hace de varios siglos; verbigracia, la ubicuidad (y consiguiente pérdida de significación) del adjetivo histórico en radio, televisión y prensa: los medios por antonomasia.
El último grito en periodismo es la utilización del verbo conciliar sin atender a su transitividad en titulares como éste: "Abren algunos colegios en julio para facilitar la conciliciación" (ABC). De cuál sea esa conciliación no se da noticia; obliga, pues, a leer la que aquél encabeza. ¿Será ésa la tan deseada conciliación entre maestros y alumnos díscolos? Leyendo la noticia vemos que no, que es entre los padres de los niños a quienes acortan las vacaciones y sus jefes del trabajo. Pero titulares así, gramaticalmente involucionados -de mentecato escribidor, más bien-, no nos concilian en absoluto a quienes hemos leído El dardo en la palabra y churreros -por llamarles algo bonito- del idioma.
Hace un tiempo, leí un titular que informaba sobre "un viaje -creo que anunciado por la Vicepresidenta- del Gobierno hacia la laicidad". Raro es que los periodistas prefieran palabras cortas, pero para una vez que optan por una, resulta que no existe, cosa que no supone obstáculo alguno para un periodista de hoy, ya que no cuestionan nunca sus ocurrencias*. Al parecer, no se molestan en consultar diccionarios ni bancos de datos lingüísticos, como el CORDE, de la Academia. Y así, las traducciones de según qué palabras van de boca en boca, mocosuena, como las especulaciones y los días después. En definitiva, el esmero para escribir y hablar lo trocaron por no se sabe qué. Mucha locuela, eso sí.
Pero sigamos con otras exquisiteces de las suyas. "El PSOE consuma su deriva radical con más laicidad y la ampliación del aborto." (ABC) ¡Chúpate esa! Para empezar, extraña ese verbo consumar, tan raro ahí; luego esa deriva que, para quien lo escribió, quiere decir, en realidad, rumbo: no es presumible que el redactor del engendro quisiera significar -claro es, en sentido figurado- "abatimiento o desvío de la nave por efecto del viento, del mar o de la corriente", es decir, un PSOE sin voluntad que, si se vuelve -tornadizo él- más de izquierdas, no es porque quiera. Les da igual ocho que ochenta, el caso es escribir periodísticamente (véase mi Cambio idiomático del mes de abril). Y, por si fuera poco, se nos obsequia, se le hace una higa al diccionario -nuevamente-, con esa otra laicidad por laicismo -palabra esta última de viejos ya, por lo que se ve-. Uno se pregunta: ¿por qué cercenar de manera tan atroz el complemento necesario de la palabra ampliación?, pues no es éste aborto, sino todo el sintagma preposicional de la ley, el cual, a su vez, tiene otro: del aborto. Como sea, se sobreentiende, porque la gente no es tonta, pero es excesivo muchas veces el recurso a la elipsis al que se la somete. Nótese con qué vagancia redactan algunos: "Se minimiza el escape de Vandellòs". Lo que se quiere significar es que se relativiza o se le quita importancia, o, en todo caso, que se minimiza la importancia. Ojalá se pudiese, pero no es posible minimizar un daño, por pequeño que sea, si ya se ha producido. Como este de las neuronas de los periodistos de que venimos hablando, ése que venía haciéndonos notar -con tan poco éxito entre quienes se deberían sentir aludidos- Lázaro Carreter desde 1975 en sus dardos.

*Hoy, sin embargo, debo retractarme de lo dicho, si por laicidad entendemos la 'condición de laico', o nos referimos, precisamente, a un estado, el de la laicidad, frente al laicismo que sería una tendencia o, efectivamente, una actitud. Así, en Hegel se habla de eticidad como el estado (o síntesis de los dos anteriores) ético del "espíritu objetivo", etc.

jueves, 3 de julio de 2008

¿Quieres confirmar?

Dice Juán de Mairena que “los niños buscan confirmación aun de sus propias evidencias”. Tal vez uno no madure del todo hasta concursar en Identity. Programa de televisión éste que también ven nuestros locos bajitos. Lo ponen un poco tarde, es cierto, pero, por lo menos, algunos deben de ver el comienzo, cuando el presentador dice eso de: “¡Bienvenidos a Identity!”, con gran énfasis en la voz y en el gesto (algo así como un cruce entre Alí Babá y Luis Cobos) al mismo tiempo que un fogonazo de neón semeja el efecto mágico de sus palabras y la momentánea transfiguración de todo a su alrededor. Luego veremos para qué puede que sirva tanta apoteosis.
En este concurso, contra toda lógica, y llegado el momento decisivo, que se repite cada vez que el presentador le pregunta al concursante si quiere o no confirmar lo que tan solo barrunta o, a lo más, supone por ciertos indicios. En concreto, de quién, de los doce que tiene delante, es cada una de las identidades, entre nombres de oficios o características que hacen a quienes las poseen singulares entre los demás que se prestan a tal menester. Lo normal, en esas circunstancias, sería que, por muy evidente que le parezca quién es quién, diga que no puede confirmarlo; claro es, a no ser que haya tongo. Sin embargo, los concursantes de Identity, nunca rehúsan confirmar sus cábalas cuando se les pide que, o bien lo hagan, o se planten. Quizá alguno de ellos se haya plantado alguna vez por lo imposible de tal requerimiento, pero, de haberse dado el caso, se fue sin así expresarlo ante la cámara, pues nunca nadie ha dicho ni mu al respecto.
Los que quieren arriesgarse, eso sí, acaban diciéndolo todos, bien "alto y claro": confirmo que la identidad –verbigracia, del sexador de pavos o de la camarera de chupitería– pertenece a …, y el número del tal o cual sujeto de los que están enfrente para ser adivinados. Entonces, el concursante pulsa el botón, y, tras otra fugaz transfiguración generalizada en el plató –y aun la de los televidentes en sus casas–, la verdadera confirmación se da, la persona con la identidad de marras se descubre. El efecto de ese baño de luces y sonidos llenos de patetismo ha sido el de la exoneración del confirmante y de quien le indujo a prevaricar, pues todavía no se ha abucheado a ninguno por mentiroso. Y no deberían, son las reglas del juego. Quizá algún día se descubra a alguien con el poder de confirmar, de verdad, lo que no sabe de antemano a ciencia cierta en… ¡Identity!

viernes, 13 de junio de 2008

Retórica "progresista"

"Porque la retórica del tiempo -y cada tiempo tiene la suya; el de ahora, también- me es particularmente antipática; y si incurro en ella, es por descuido que estoy siempre dispuesto a purgar."
Gregorio Marañón, 1947

lunes, 26 de mayo de 2008

El PERIÓDICO GOLBAL ¿EN ESPAÑOL ?


“Chacón sopesa cómo conciliar tras el parto”
“La visita de los prelados al Papa destapa dos sensibilidades”

La gente empieza a estar familiarizada con andrajos como esos. Los entiende, los consume. Y yo también, pero no deja de asaltarme la perplejidad cuando leo algunos titulares, sobre todo en las portadas, escritos de esa forma, que parecen un plato del Bulli. Se les reconoce, a estos titulares, el privilegio de estar escritos en algo así como español, parecido al español, que proviene del español. En neoespañol. Y resulta que sí, que es en español en lo que están escritas ese par de frases contrahechas de arriba que he entrecomillado; pero en un español que tendrá cierto sabor que subyuga a muchos, pero que no alimenta. Es una jerga, y lo malo es que su razón de ser no son las personas que se comunican en ella, sino que lleva tiempo metiéndosenos por ojos y oídos a todos los que queremos estar informados, adoleciendo como adolece -de una forma ya aflictiva- de una gran merma de expresividad, y careciendo del genio de la lengua en las cabezas de sus usuarios, que teclean en ella cuando han de decir depende qué cosas. No se sabe muy bien por qué, pero algo sí está claro: es contagiosa a más no poder.
No es español normal y corriente el que utilizan, es una forma adventicia de él. Eso de trabajar en positivo para lograr algo, o la práctica totalidad en vez de la casi totalidad, es lo que dice todo periodista que se precie hoy en día. O ese otro melindre habitual de el día de hoy para significar, simplemente, hoy. Igualmente, todo politicastro que hoy salga a la palestra dirá que, en tal o cual caso, tomará su decisión con carácter inmediato; les resulta, claro es, demasiado pedestre decir que la tomarán inmediatamente, pues en su jerga denota una menor asunción de responsabilidad, poca solvencia, o que algo escapa a su control.
No se trata de escribir o hablar en la jerga académica, pues no hay tal cosa. Los académicos son personas cuyos conocimientos les permiten pensar en la exactitud de sus palabras -y aun en la raigambre de éstas-, hasta cuando hablan coloquialmente. Muchos somos quienes sabiéndonos incapaces de ser miembros de la Docta Casa tenemos nuestro espíritu crítico siempre a punto.
Cuando un periodista es bueno, es a la vez modelo de buen uso del idioma y estilo propio; pero no tiene por qué ser academicista, que es algo muy distinto, más bien tirando a pedantón. Pero ya no hay periodistas cuyo mérito esté en su mucha experiencia y buen hacer inseparables de un dominio del idioma fruto de abundantes lecturas; no, eso ya se ha perdido, ahora lo que hay son cacatúas que, además de hablar, escriben habiendo leído muy poco. Por eso creen que lo hacen de maravilla: "EL PAÍS ha mejorado y rediseñado sus contenidos". Pero, no nos engañemos, estos cambios a mejor no incluyen un mayor cuidado de la expresión. Eso sí, el diario "ha incorporado el color a todas sus páginas y ha creado nuevos suplementos". De acuerdo, pero de nada les sirvió, o de muy poco, el contar con un Lázaro Carreter entre sus articulistas, pues demasiados de los que redactan en las páginas de este periódico se vienen pasando sus dardos por el forro. "Esta subida -los diez céntimos más que cuesta ahora- permitirá garantizar la calidad que exigen los lectores". Perdónenme, pero no me lo creo. ¿Acaso van a exigirles a aquellos que les escriben las noticias -razón de ser del rotativo- que lean El dardo en la palabra? ¡Claro que no!, pues no consideran de lesa ciudadanía expresarse como lo hacen. Prefieren estos lenguaraces alucinados traducir mocosuena del New York Times, que innovar y ser originales con los recursos que las autoridades de la lengua castellana -y Lázaro Carreter es una de las de primer orden- y la comunidad llana y genialmente hispanohablante a todos nos ofrecen -y exigen que cuidemos-: el instrumento que a ellos, periodistos y periodistas, les da de comer.

martes, 20 de mayo de 2008

Chikilicuatre, casi tan certero y divertido como un nuevo don Quijote.

NOTICIAS - Chikilicuatre da una clase en el Cervantes de Belgrado sobre el "Chiki-Chiki"
19.05.2008

19 de mayo de 2008, 20h50 --

Belgrado, 19 may (EFE).- El representante español en Eurovisión, Rodolfo Chikilicuatre, visitó hoy el Instituto Cervantes en Belgrado para dar "una clase" a los alumnos sobre aquellas palabras de su canción "Baila el Chiki-Chiki" que no pudieron aprender en los libros.
"Todos vosotros no habéis estudiado las palabras 'brikindans', ni 'crusaíto'; a 'maiquelyason' sí que lo habéis visto entre rejas y de 'robocop' habréis visto la película", dijo Chikilicuatre a los jóvenes, que lo recibieron con entusiasmo entre risas y aplausos.
Con su estilo divertido y de muy buen humor, les explicó a los que no han visitado España todavía que "es un país como Italia, pero más ancho", que "tiene muchas cosas en común con Belgrado, un clima mediterráneo", pero se detuvo aquí por no caer en la tentación de hablar del tópico del cambio climático.
Preguntado sobre qué significa "perrea, perrea", que se repite con frecuencia en la canción, contestó con que no quería utilizar palabras feas, aunque agregó luego que "estar perreando también quiere decir estar todo el día tirado en el sofá sin hacer nada", y también "moverse arrimado" en un baile.
A una pregunta sobre dónde ha encontrado la inspiración para su peculiar estilo, dijo que "la inspiración de mi estilo es la pobreza. Tengo una camisa, un pantalón y esta guitarra", y agregó que "por eso quiero ganar la Eurovisión, a ver si gano algún dinerillo". Luego se puso a tocar su inseparable miniguitarra de juguete "Luciana".
Chikilicuatre presentó a Disco y Gráfica, las bailarinas que le acompañan en "Baila el Chiki-Chiki", y dijo "esta es la que se cae, y esta es la que no se cae, esa es la única diferencia", y presentó también a otras tres bailarinas, que se les sumaron para la actuación en Eurovisión.
El representante español actuará el próximo sábado, día 24, en la gala final del Festival de Eurovisión, el mayor certamen de la canción de Europa.
El grupo se presentó con "Baila el Chiki-Chiki" ante los alumnos de la sala del Instituto Cervantes, y salieron ovacionados, entre aplausos y gritos de apoyo.
Chikilicuatre y su elenco de bailarinas ensayaron el fin de semana en el Arena, un gran complejo de salas de deporte y de actuaciones musicales que se ha convertido en un nuevo emblema de Belgrado.

viernes, 16 de mayo de 2008

El maestro

Si pinchan ustedes en la dirección de abajo podrán ver y oír a Dámaso Alonso hablar -con esa propiedad que hoy en día se echa tanto de menos-, en la que es una de mis entrevistas favoritas de "A fondo", ese programa por el que le estaré siempre tan agradecido a Joaquín Soler Serrano, que también esntrevistó a Cela, Torrente Ballester, Borges, Cortázar...:

http://video.google.com/videoplay?docid=4367172840416749825

martes, 15 de abril de 2008

Cambio idiomático

Los hay que sufren porque aquello que estiman de primer orden se esté degenerando, o llegue a convertirse en un sucedáneo artificial y sin gracia. Es el caso de los que amamos nuestro idioma, que, pese a su pujanza en el mundo de la hora presente, adolece del uso viciado que de él hacen los medios de comunicación y de un mal sistema de enseñanza.
Según síntomas, son legión los incrédulos (o ignaros) de que sea perjudicial este cambio que afecta al idioma; de que, en las causas de éste, influya nada ni nadie, más allá de las circunstancias que son razón del normal devenir de toda lengua en ebullición.
A lo que parece, el sentir general es que no es creíble lo que dicen unos pocos académicos cicateros: que en los principales medios transmisores de cultura se da un contumaz uso bastardo del español, que va en detrimento de la misma divulgación cultural y de nuestra eficiencia como hispanohablantes, motivado principalmente por el afán de un mal entendido prestigio, amén de la pereza mental.
Leer El dardo en la palabra -best seller poco leído y menos aceptado-, de Fernando Lázaro Carreter, es hoy fundamental para escribir y hablar el español sin dejarse llevar de mala manera por esta corriente, de corte "periodístico y ministerial", en la que medran hoy tantos apasionados reporteros de sobremesa.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Cambio/idiomatico/elpepiopi/20071104elpepiopi_8/Tes

viernes, 28 de marzo de 2008

Primavera verbal

Fernando Lázaro Carreter

"Verba volant. Y ¡de qué modo vuelan en esta primera primavera del siglo! Como golondrinas, como violeteras, como moscas. O, mejor aún, como abejas rubenianas, que pican en el corazón de quienes son sensibles a estas importantes quisicosas. Pululan por las ondas, sobreviven a los ciclones, a las inundaciones. Abres un transistor, una teuve, un diario y allí están, tenaces, estos verba volanderos, nada volátiles: no se disipan.
Y es que el gobierno, acéptelo o no, brinda demasiadas ocasiones para ello. Así, se le ha ocurrido aprobar ahora el uso de la píldora anticonceptiva que, durante las veinticuatro horas posteriores al evento, actúa en lo derivado como un bazuca. Era esperable que, apenas trascendiera la noticia, los medios fueran a ponerse a hablar como locos de la píldora del día después. Y así ha ocurrido. Quizá la probada discreción gubernamental no haya encontrado mejor momento para autorizarla que este arranque de la primavera. Ahora bien, ¿se ajusta a la realidad eso de el día después? ¿Acaso escasean los casos en que, oh jóvenes, no existe tal día, ya que todos los días son hoy?
Pero, en fin, estas meditaciones son demasiado trascendentes, y los vocablos tienen naturaleza alígera y frágil; tanto, cada día más, que mucho las aúpan o derriban de un soplido. Esto de el día después fue alzado por novadores de inglés enteco, que vieron profusamente anunciada, hace años, por todo el país, una película exitosa (hablando de cine, este adjetivo horrible va bien), titulada en nuestras carteleras The day after. Magnífico, se dijeron; y el día después quedó anclado en sus teclados y en sus voces como ocurrencia prestigiadora. De ese modo, se consumaron al menos dos violaciones: se cambió el adverbio después en extraño adjetivo para calificar el nombre día; y, de paso, se arrumbó el día siguiente, dejándolo apto sólo para la tercera edad. A los pobladores de ésta nos resulta muy difícil entender cómo el idioma español se ha divorciado tanto de las meninges contemporáneas. Y nos produce perplejidad que los medios impresos y las emisoras se encarnicen con él de tan malos modos.
Cientos de neologismos entran en nuestra lengua con su pan bajo el brazo; quiero decir, con las cosas nuevas que nombran o con matices que no percibíamos; salud para ellos y bienvenidos, pues traen modernidad y ganancia. Pero no se sabe bien qué pintan y qué demonios hacen por aquí groserías como ésta, impresa en el folleto que acompaña al tal vez más conocido periférico de ordenador: 'Manual instructivo de operación para la impresora...'. ¿Qué será eso de instructivo de operación? Estas empresas gigantescas, ¿no podrían tener traductores que establecieran una relación razonable entre ellas y los miles de clientes que hablamos español? ¿Tan a salvo se sienten de medidas legislativas que un gobierno podría establecer -sin ir más lejos, Francia- para impedir la ofensa que se hace a los ciudadanos llamando manual instructivo al manual de instrucciones?
Pero, en fin, hay que acostumbrarse: pedito de monja en Nueva York, pedorrera en Europa. Oigo por la radio a un excelente periodista: viene de las costas gaditanas de la muerte, donde ha visto varios cadáveres de patera varados en la orilla misma de su sueño. Ha llegado al estudio profundamente impresionado. Por ello, advierte a sus contertulios, le es imposible ser más explícito: no ha tenido aún tiempo para procesar lo que ha visto; así lo dice, y así lo repite. A mí me aflige lo que cuenta pero los ojos -aberración profesional- se me van al verbo del relato. Procesar, dice el diccionario, es un término tecnológico que significa 'someter datos o materiales a una serie de operaciones programadas'. Yo sólo conocía esta acepción: escribo en un ordenador, que está ahora mismo procesando lo que escribo. Así que creí hallarme en el nacimiento mismo de una novedad, pero no: resulta que, según el gran archivo académico, es habitual, desde hace un cuarto de siglo, concebir el cerebro como un procesador al que le entran los datos, los hace rodar por las fibras mielínicas y los saca aptos para el consumo. Lo ignoraba por tener tan abandonada mi, antes predilecta, información psicológica. Y como temo que a muchos lectores les pase lo mismo, ahí tienen el advenimiento de esta metáfora infórmática inglesa, ya más que adolescente, audaz, sugestiva y útil: procésenla y disfrútenla esta primavera.
Pero no abandonen por ello otras noticias apremiantes; así, la del gran club vasco que ha cambiado de presidente por estos días. ¿Qué rumbo imprimirá el vencedor? Un cronista deportivo radiofónico tiene la clave: se propone desarrollar un proyecto continuista del anterior. Otra mala avenencia entre el vocablo y su significado: continuismo, dice el diccionario, y parece cierto, es la 'situación en que el poder de un político, un régimen, un sistema, etcétera, se prolonga indefinidamente, sin indicios de cambio o renovación'. ¿Es ser continuista o ser continuador lo que se propone al nuevo presidente? Porque se puede continuar y renovar, evitando dar de lo mismo, y menos, cuando lo mismo no es boyante. Pero distinciones así, que se aprenden mientras se está aplicado a la teta materna, parecen inaccesibles en esta época en que suele administrarse leche de farmacia.
En los mismos laboratorios parece haber mamado un colega del anterior, éste de TVE, que contando el reciente partido del Madrid contra el Leeds, dijo literalmente que ninguno de los dos equipos estaban jugando 'con calidad pero sí con animosidad'. Sin embargo, no se apreciaban codazos ni había montería de tobillos, sino sólo buen ánimo o entusiasmo en el juego. Y, en efecto, éste podía ser calificado de animoso, y, por tanto, vendría bien lo de animosidad: es el primer sentido del diccionario, que Manuel Seco diagnostica como 'raro'. Más que la calentura, podríamos añadir: porque he rebuscado por el banco de datos de la Academia: en los veinticinco años últimos y, en los más de cien registros del vocablo, éste trabaja sólo con un único significado: animosidad equivale a 'aversión, ojeriza, hostilidad'. Y como es improbable que aquel comentarista pretendiera hacerse el arcaico, o aspirara a convertirse en autoridad léxica a contrapelo, sólo cabe interpretar que el tal vocablo aleteaba por su mente sin control, y, en pleno despeñamiento, se le agarró a animoso.
Mientras concluyo estas columnas, mi fax echa su primer capullo primaveral: es publicidad. ¿Por qué no se prohíbe este abuso, pues la paga -en rollo de imprimir- quién la recibe? Y ¿por qué han de ser provocativos sus textos? Esta flor de papel que me han metido al despacho no cautiva: ofrece el viejo buzoneo, ya saben, llenarnos el buzón de basura, pero también parabriseado, ponernos anuncios en el parabrisas. Un asco."
Fernando Lázaro Carreter, El nuevo dardo en la palabra