En el último partido –hasta la fecha– de este incansable Barsa, se pudieron leer, como suele ser costumbre, pancartas de esas en las que los aficionados se expresan con mensajes que van desde el simple chiste al verdadero rapapolvo; algunos, hay que reconocerlo, son admirablemente ingeniosos. Muy a menudo hacen referencia a entrenadores o presidentes enquistados, o a determinados jugadores que cumplen, y aun sudan la camiseta (o su ausencia), más cuando libran que cuando juegan (al fútbol, se entiende). También se rotulan –sobre sábanas enteras y aun superficies más grandes–, cómo no, expresiones de ánimo, cuando la cosa va mal y hay esperanza (o misericordia) entre el público; pero también de alborozo, y más cuando ya se vislumbra, como es el caso para el Barcelona, la máxima gloria. Sin embargo, el referente de tales mensajes sólo se entiende si se está al corriente de lo que sucede en el mundillo –o galaxia, como lo ven algunos hiperbólicos– de los deportes.
Así, los dibujos de las pancartas, cuando los hay, hacen alusión a hechos o aspectos circunstanciales del momento en relación con el equipo, del mismo modo que los textos, cuyas palabras pueden también ser fruto de la inventiva de un aficionado (de buena o mala índole) que juega con lo que la gente sabe –verbigracia, sobre un jugador, un entrenador o un secretario técnico– y la norma lingüística, esa a la que uno está normalmente sujeto para la comunicación cotidiana, pero que, en un momento dado y para algo muy concreto, se permite quebrantar. Pueden, cómo no, crearse palabras nuevas, como ese pepsistiremos del título; pero, sólo tiene sentido hacerlo si sabemos que su significado será perfectamente reconocible en unas determinadas circunstancias, como fueron, en este caso, las del último partido del Barsa; y no sólo las circunstancias: no debe olvidarse que es precisamente la norma la que, al ser quebrantada, da sentido –por poco que sea– al resultado de la creación misma, a la transgresión. Son las reglas del juego, veamos por qué.
Sabido es que en la lengua española no existe el verbo pepsistir, pero sí el de resistir, gracias al cual es posible la asociación de ideas que transmite dicho neologismo; esto es, resistir con Pep o mediante Pep. Pero, claro es, sólo en el contexto de un estadio de fútbol, donde juega el Barsa con Pep Guardiola de entrenador, puede entenderse ese verbo sin necesidad de explicación alguna que, en cambio, sí necesitará el lector de estas líneas si no recuerda o no ha tenido noticia de la anécdota. Pepsistiremos nada tiene que ver (¿o sí?) con la famosa bebida yanqui, y sí mucho con la cantidad de kilómetros que todavía, a estas alturas, les quedan por correr, a Iniesta y compañía, por céspedes de España y de Europa (amén de los que, además, corren con la selección) si han de ganar todos los títulos a los que hoy optan. En que ello suceda, esto es, en dosificar sus fuerzas sin perder la buena marcha que llevan, desempeñará un papel importantísimo Josep “Pep” Guardiola i Sala, a quien la afición ya quería bien antes de que el equipo se pusiera a ganar partidos, tan lucidamente, a sus órdenes. Es por ello que, para mantenerse así, este tiene que resistir lo que venga, que, como decimos, no es poco. De ahí el singular verbo, conjugado –la ocasión lo requiere– en la primera persona del plural que son equipo (con el entrenador a la cabeza) y afición juntos: ¡pepsistiremos!
Pero he ahí que a uno de nuestros periodistas del telediario no se le ocurre otra cosa que hacer el chascarrillo facilón (en el acostumbrado tono condescendiente, tan habitual en ellos y ellas, pero sobre todo en los que cuentan las noticias de los deportes), advirtiendo de que pepsistir “no está autorizado por la Real Academia”, comentario este que le debió de parecer al periodista aún más ingenioso que la ocurrencia verbal misma de la pancarta, y que, en efecto, está muy bien para la gracia que a menudo se permite el periodista avezado, o con ganas de medrar en los medios, pero no por ello deja de hacer cundir una idea demasiado extendida: la de que la Real Academia Española está para reprimir la creatividad de los hablantes, esto es, entre otras cosas, prohibirles inventar palabras. Con lo cual se inventan, quienes la sugieren, un tipo de opresión lingüística que no existe en todo el ámbito hispanohablante, y me atrevería a decir que ni en la China Popular.
Así, los dibujos de las pancartas, cuando los hay, hacen alusión a hechos o aspectos circunstanciales del momento en relación con el equipo, del mismo modo que los textos, cuyas palabras pueden también ser fruto de la inventiva de un aficionado (de buena o mala índole) que juega con lo que la gente sabe –verbigracia, sobre un jugador, un entrenador o un secretario técnico– y la norma lingüística, esa a la que uno está normalmente sujeto para la comunicación cotidiana, pero que, en un momento dado y para algo muy concreto, se permite quebrantar. Pueden, cómo no, crearse palabras nuevas, como ese pepsistiremos del título; pero, sólo tiene sentido hacerlo si sabemos que su significado será perfectamente reconocible en unas determinadas circunstancias, como fueron, en este caso, las del último partido del Barsa; y no sólo las circunstancias: no debe olvidarse que es precisamente la norma la que, al ser quebrantada, da sentido –por poco que sea– al resultado de la creación misma, a la transgresión. Son las reglas del juego, veamos por qué.
Sabido es que en la lengua española no existe el verbo pepsistir, pero sí el de resistir, gracias al cual es posible la asociación de ideas que transmite dicho neologismo; esto es, resistir con Pep o mediante Pep. Pero, claro es, sólo en el contexto de un estadio de fútbol, donde juega el Barsa con Pep Guardiola de entrenador, puede entenderse ese verbo sin necesidad de explicación alguna que, en cambio, sí necesitará el lector de estas líneas si no recuerda o no ha tenido noticia de la anécdota. Pepsistiremos nada tiene que ver (¿o sí?) con la famosa bebida yanqui, y sí mucho con la cantidad de kilómetros que todavía, a estas alturas, les quedan por correr, a Iniesta y compañía, por céspedes de España y de Europa (amén de los que, además, corren con la selección) si han de ganar todos los títulos a los que hoy optan. En que ello suceda, esto es, en dosificar sus fuerzas sin perder la buena marcha que llevan, desempeñará un papel importantísimo Josep “Pep” Guardiola i Sala, a quien la afición ya quería bien antes de que el equipo se pusiera a ganar partidos, tan lucidamente, a sus órdenes. Es por ello que, para mantenerse así, este tiene que resistir lo que venga, que, como decimos, no es poco. De ahí el singular verbo, conjugado –la ocasión lo requiere– en la primera persona del plural que son equipo (con el entrenador a la cabeza) y afición juntos: ¡pepsistiremos!
Pero he ahí que a uno de nuestros periodistas del telediario no se le ocurre otra cosa que hacer el chascarrillo facilón (en el acostumbrado tono condescendiente, tan habitual en ellos y ellas, pero sobre todo en los que cuentan las noticias de los deportes), advirtiendo de que pepsistir “no está autorizado por la Real Academia”, comentario este que le debió de parecer al periodista aún más ingenioso que la ocurrencia verbal misma de la pancarta, y que, en efecto, está muy bien para la gracia que a menudo se permite el periodista avezado, o con ganas de medrar en los medios, pero no por ello deja de hacer cundir una idea demasiado extendida: la de que la Real Academia Española está para reprimir la creatividad de los hablantes, esto es, entre otras cosas, prohibirles inventar palabras. Con lo cual se inventan, quienes la sugieren, un tipo de opresión lingüística que no existe en todo el ámbito hispanohablante, y me atrevería a decir que ni en la China Popular.