“Chacón sopesa cómo conciliar tras el parto”
“La visita de los prelados al Papa destapa dos sensibilidades”
La gente empieza a estar familiarizada con andrajos como esos. Los entiende, los consume. Y yo también, pero no deja de asaltarme la perplejidad cuando leo algunos titulares, sobre todo en las portadas, escritos de esa forma, que parecen un plato del Bulli. Se les reconoce, a estos titulares, el privilegio de estar escritos en algo así como español, parecido al español, que proviene del español. En neoespañol. Y resulta que sí, que es en español en lo que están escritas ese par de frases contrahechas de arriba que he entrecomillado; pero en un español que tendrá cierto sabor que subyuga a muchos, pero que no alimenta. Es una jerga, y lo malo es que su razón de ser no son las personas que se comunican en ella, sino que lleva tiempo metiéndosenos por ojos y oídos a todos los que queremos estar informados, adoleciendo como adolece -de una forma ya aflictiva- de una gran merma de expresividad, y careciendo del genio de la lengua en las cabezas de sus usuarios, que teclean en ella cuando han de decir depende qué cosas. No se sabe muy bien por qué, pero algo sí está claro: es contagiosa a más no poder.
No es español normal y corriente el que utilizan, es una forma adventicia de él. Eso de trabajar en positivo para lograr algo, o la práctica totalidad en vez de la casi totalidad, es lo que dice todo periodista que se precie hoy en día. O ese otro melindre habitual de el día de hoy para significar, simplemente, hoy. Igualmente, todo politicastro que hoy salga a la palestra dirá que, en tal o cual caso, tomará su decisión con carácter inmediato; les resulta, claro es, demasiado pedestre decir que la tomarán inmediatamente, pues en su jerga denota una menor asunción de responsabilidad, poca solvencia, o que algo escapa a su control.
No se trata de escribir o hablar en la jerga académica, pues no hay tal cosa. Los académicos son personas cuyos conocimientos les permiten pensar en la exactitud de sus palabras -y aun en la raigambre de éstas-, hasta cuando hablan coloquialmente. Muchos somos quienes sabiéndonos incapaces de ser miembros de la Docta Casa tenemos nuestro espíritu crítico siempre a punto.
Cuando un periodista es bueno, es a la vez modelo de buen uso del idioma y estilo propio; pero no tiene por qué ser academicista, que es algo muy distinto, más bien tirando a pedantón. Pero ya no hay periodistas cuyo mérito esté en su mucha experiencia y buen hacer inseparables de un dominio del idioma fruto de abundantes lecturas; no, eso ya se ha perdido, ahora lo que hay son cacatúas que, además de hablar, escriben habiendo leído muy poco. Por eso creen que lo hacen de maravilla: "EL PAÍS ha mejorado y rediseñado sus contenidos". Pero, no nos engañemos, estos cambios a mejor no incluyen un mayor cuidado de la expresión. Eso sí, el diario "ha incorporado el color a todas sus páginas y ha creado nuevos suplementos". De acuerdo, pero de nada les sirvió, o de muy poco, el contar con un Lázaro Carreter entre sus articulistas, pues demasiados de los que redactan en las páginas de este periódico se vienen pasando sus dardos por el forro. "Esta subida -los diez céntimos más que cuesta ahora- permitirá garantizar la calidad que exigen los lectores". Perdónenme, pero no me lo creo. ¿Acaso van a exigirles a aquellos que les escriben las noticias -razón de ser del rotativo- que lean El dardo en la palabra? ¡Claro que no!, pues no consideran de lesa ciudadanía expresarse como lo hacen. Prefieren estos lenguaraces alucinados traducir mocosuena del New York Times, que innovar y ser originales con los recursos que las autoridades de la lengua castellana -y Lázaro Carreter es una de las de primer orden- y la comunidad llana y genialmente hispanohablante a todos nos ofrecen -y exigen que cuidemos-: el instrumento que a ellos, periodistos y periodistas, les da de comer.