Tras la ingesta diaria de televisión, ya sean noticias o cualquier otro pasatiempo audiovisual lo que se engulle, nuestra capacidad discursiva, flexibilísima, acusa sin embargo la falta de interés, de rigor, y aun de calidad lingüística que por lo general tiene lo que los innúmeros canales ofrecen. De esas tres carencias, sobre todo la última se debe a la poca importancia que en los medios de comunicación se le da a las cuestiones de lenguaje, si no es para determinar la conveniencia de lo que se dice. La única corrección que se les exige es la política, y de ésa viven muchos, saltándosela.
La propiedad de las palabras utilizadas importa mucho menos, la jerga periodística tiene las suyas; toda nueva ocurrencia va de boca en boca y en seguida se pone de moda. Un afán de mimetismo atroz impide a los comunicadores hablar o escribir pensando en lo que dicen, de tal forma que su expresión se vuelve farragosa, al introducir en ella una serie de clisés, entre circunloquios, eufemismos y extranjerismos, que se consideran más periodísticos frente a la lengua común, aunque sea ésta mucho más sencilla, clara y precisa. Pero, a lo que parece, es como si su locuela justificara el paso de muchos por la facultad de periodismo, o mejor, el no haberla ni pisado.
La prueba de que ese tipo de lenguaje es una marca distintiva que nada tiene que ver con la claridad y la objetividad que predican sus usuarios, es que unas veces precisan demasiado, y otras, prescinden de los matices que sí son necesarios y que las palabras mismas acarrean. Así, los mismos que hilan tan fino diciendo que "las elecciones vascas coincidirán en el tiempo con las gallegas", no dudan en llamar efectivos a los militares, bomberos, jugadores de un equipo de fútbol, etc., cuando a lo que se refieren es al número de ellos que van al curro, diferenciándolos de los que libran o están de baja (acepción que, por cierto, ya entró hace tiempo en el Diccionario por la insistencia de los periodistos).
Es verdad que el periodismo es un oficio en el que urgen las palabras; por ello, precisamente, debería exigirse el dominio del idioma a quienes lo ejercen. Las precisiones que se hacen, pues, deberían ser para evitar el merodeo de la mente, cosa que, al menos en mi caso, no consiguen: al oír aquello, no puedo evitar ponerme a especular sobre el ser y el tiempo en las elecciones autonómicas de marras.
La propiedad de las palabras utilizadas importa mucho menos, la jerga periodística tiene las suyas; toda nueva ocurrencia va de boca en boca y en seguida se pone de moda. Un afán de mimetismo atroz impide a los comunicadores hablar o escribir pensando en lo que dicen, de tal forma que su expresión se vuelve farragosa, al introducir en ella una serie de clisés, entre circunloquios, eufemismos y extranjerismos, que se consideran más periodísticos frente a la lengua común, aunque sea ésta mucho más sencilla, clara y precisa. Pero, a lo que parece, es como si su locuela justificara el paso de muchos por la facultad de periodismo, o mejor, el no haberla ni pisado.
La prueba de que ese tipo de lenguaje es una marca distintiva que nada tiene que ver con la claridad y la objetividad que predican sus usuarios, es que unas veces precisan demasiado, y otras, prescinden de los matices que sí son necesarios y que las palabras mismas acarrean. Así, los mismos que hilan tan fino diciendo que "las elecciones vascas coincidirán en el tiempo con las gallegas", no dudan en llamar efectivos a los militares, bomberos, jugadores de un equipo de fútbol, etc., cuando a lo que se refieren es al número de ellos que van al curro, diferenciándolos de los que libran o están de baja (acepción que, por cierto, ya entró hace tiempo en el Diccionario por la insistencia de los periodistos).
Es verdad que el periodismo es un oficio en el que urgen las palabras; por ello, precisamente, debería exigirse el dominio del idioma a quienes lo ejercen. Las precisiones que se hacen, pues, deberían ser para evitar el merodeo de la mente, cosa que, al menos en mi caso, no consiguen: al oír aquello, no puedo evitar ponerme a especular sobre el ser y el tiempo en las elecciones autonómicas de marras.
El discurso de los medios, claro es, no está interesado, como el literario, en la perdurabilidad. Lo está -como se nos dice en un video reciente en el que la agencia EFE hace balance de sus 70 años de existencia-, más bien, en "un presente con nuevos retos que alcanzar, un presente donde imaginar la información del mañana". Y esto no lo puede barruntar cualquiera, dado que sólo es capaz de hacerlo "el periodista total", que aun así sabe mantener "la esencia del periodismo: algo que contar, algo que interesa a los demás; con una mirada concreta: la de cualquier iberoamericano en cualquier lugar del mundo." ¿Cabe mayor precisión que ésa?