sábado, 21 de noviembre de 2009

Gitanos, aprended sánscrito

José María Bellido Morillas

Los gitanos están culturalmente ninguneados en España. Las creaciones culturales netamente gitanas (y no las que se relacionan con tradiciones artísticas populares hispanas, como el flamenco, o incluso con supersticiones populares, como la quiromancia en la reja de la catedral granadina) son ampliamente desconocidas y despreciadas por la sociedad, y sólo encuentran favor en los organismos públicos, cuyas inyecciones de dinero no pueden cambiar la actitud mayoritaria.
La cultura gitana es eminentemente nómada y ágrafa. Para la actual cultura europea, lo primero no supone ningún problema, ya que, en su seno, el modo de vida más primitivo del hombre ha confluido con el que se presenta como su estado más avanzado: la movilidad, promovida y defendida por la Unión Europea como culmen del progreso civilizado.
Sin embargo, el no tener letras, textos y escribas sí es un problema de prestigio. Todas las culturas ágrafas que fueron entrando en contacto con culturas letradas tuvieron que acabar vertiendo sus textos a la escritura de los recién llegados, como en Perú, e incluso a veces inventaron y falsificaron la antigüedad de sus volúmenes, como parece ser que hicieron los magos persas atribuyendo a Alejandro Magno la destrucción de unos libros que quizá nunca existieron.
Los gitanos se encuentran ahora en este punto crucial de su historia como cultura. Sus tradiciones orales y sus lenguas han sido descritas por eruditos no gitanos usando, bien los alfabetos de las lenguas europeas, o bien alfabetos de transliteración basados en las modificaciones germánicas y eslavas del alfabeto latino; y, muchas veces, en el caso de las traducciones y estudios, estos eruditos se han servido directamente de las lenguas europeas (románicas, germánicas o eslavas). No existen, por tanto, una grafía y una ortografía propias y válidas para todos los hablantes de la lengua romaní.
Y lo que es más grave, tampoco existe una gramática unificada. Todas las lenguas generan dialectos y hablas: pero si no hay una gramática común que cohesione estas variantes, deberemos dejar de hablar de lengua y considerar cada variante una lengua en sí misma, rompiendo la unidad cultural.
Para dignificar y conceder a la cultura gitana el rango y prestigio social que merece, no es necesario, a mi parecer, adoptar una de las variantes del romaní como lengua de cultura, agraviando a las demás variantes e incluso a los gitanos que han perdido su lengua por adoptar por completo otras, como ha ocurrido en España. Elegir un dialecto romaní para toda la Romipén sería tan absurdo como elegir una lengua románica para toda la Romania. Lo que mantiene unida la Romania es su filiación con la lengua y la cultura clásica común, la greco-latina. A base de palabras greco-latinas han hecho las lenguas y culturas románicas su poetría y su gramática.
Pues bien, el latín de las lenguas indias, como lo es sin duda la lengua romaní, es el sánscrito, que ha sido recibido en odres nuevos en todas las lenguas neo-indias, incluyendo el hindustaní, que se ha distanciado del urdu por esto, convirtiéndose en hindi.
La prioridad para el pueblo gitano, creo yo, no es aprender una lengua romaní batúa sino estudiar directamente sánscrito, para entender mejor la lengua romaní, para ganar prestigio cultural y para recuperar milenios de poesía, medicina, filosofía, historia, religión, gastronomía, artes bélicas y eróticas, teatro, música y narrativa que sin duda, como pueblo indio, les corresponden en herencia.
Propongo que la Unión Europea fomente el estudio de las lenguas clásicas hasta que pueda servirse del griego y el árabe clásicos, así como el latín y el sánscrito, en las principales instituciones y actos públicos, con preferencia a todas las demás: si bien se deberá conceder preferencia al latín sobre el griego.
El griego formó culturalmente al latín y a las lenguas eslavas orientales; el latín formó a toda Europa y parte de África, y es la lengua culta de la Romania, los germanos y buena parte de los eslavos, aventajando al antiguo eslavo eclesiástico, el gótico y el islandés como lengua clásica de la Cristiandad; el sánscrito recoge la más antigua tradición de las lenguas indias, de la que procede el pueblo gitano, asentado en Europa desde hace prácticamente un milenio. El árabe clásico es el latín de los musulmanes, tanto de los que ya estaban asentados en Europa como de los que se están asentando en estos últimos tiempos, y, además, el modelo gramatical del hebreo medieval europeo.
Las lenguas clásicas sirven para unir y facilitar la comunicación, en tanto que las lenguas vulgares sirven para desunir y lograr la incomprensión. Si la Unión Europea se toma en serio su clasicidad greco-latina, germánica, eslava, indo-aria y semítica (con la debida veneración hacia el acadio), hará más por el entendimiento de los pueblos y el enaltecimiento de la cultura que si impusiera a todos sus ciudadanos un absurdo esperanto o volapük.

viernes, 9 de octubre de 2009

El verbo reo

Primavera verbal tiene -desde hace cosa de un mes- una continuación, un hermanito pequeño que se llama El verbo reo. En este nuevo blog, inserto en el periódico digital La voz libre, estoy publicando -con bastante mayor frecuencia- textos más breves que los que acostumbro a escribir aquí. Son, por otra parte, del mismo tipo de crítica idiomática (es decir, de opinión que unas veces será censura y otras observación más o menos sugestiva). Espero que les guste.

martes, 25 de agosto de 2009

Bochorno literal

El frío, me hacía notar un amigo el otro día, es cosa que no existe sino como sensación térmica. Lo que hay es más o menos calor. Decimos bien, pues, que ahora, a finales de agosto, hace calor y mucho: no hay quien duerma a gusto por la noche (salvo los que ponen el aire acondicionado a temperatura de iglú), y, si uno no hace algo por remediarlo, como pegarse un chapuzón en la piscina o en la playa, pasa el día enervado, sin fuerzas.
Afortunadamente, el hombre del tiempo, en su previsión por comunidades, ha anunciado una serie de tormentas que, entrando ya por los Pirineos, vienen a librarnos de este bochorno a los habitantes de Cataluña (sorprende que a semejante bendición haya quien todavía la llame riesgo de tormentas o de lluvias). Los gerundenses son los primeros en notarlo: allí, en Gerona –dice el meteorólogo– “ya están bajando literalmente las temperaturas”. ¡Menos mal! Pero, ¿por qué literalmente? Debe de ser que aquí donde estoy, en la Costa Dorada, también van bajando, pero todavía en sentido figurado, que no es tal, sin embargo, si digo que sudo con solo mover un dedo.
Esto de que a los periodistas les haya dado por utilizar el adverbio literalmente para significar algo así como de verdad, muy o mucho, obedece a una voluntad de distinguir o adornar su expresión con un toque chic a lo CNN (cuanto más habiendo un canal homónimo en la televisión de España en el que hablar así es un plus) o la BBC; y es que, en inglés, literally sí se usa ponderativa o hiperbólicamente de forma normal (informa el Merriam-Webster Online), cosa que, a pesar de la insistencia de los medios, aún no sucede en español, aunque a aquellos que desvarían con el idioma se les adivine lo que quieren decir.
Así, no hace mucho, oí que el entrenador de un famoso club de fútbol con demasiados millonarios en nómina tenía un “quebradero de cabeza literal”, vamos, una cosa bárbara. Ya no me extrañó tanto oír aquello, pues, la pasada primavera, en la que hubo incontables inundaciones, ya me había sorprendido un simpático reportero desplazado al lugar de la desgracia; micrófono en mano, dijo que se había quedado “literalmente pegado” al lodazal que cubría el suelo de la vivienda en la que se encontraba, una de las muchas afectadas por las riadas. Con ello –era evidente– no estaba aclarando que la adherencia de sus katiuskas al suelo viscoso de la casa no era un decir, sino que hablaba como un periodista: mediante esos destellos verbales ajenos a la lengua común y comprendida por todos, demostrando ese conocimiento superficial del idioma que caracteriza a los de su profesión.
Poco importa ya a casi nadie que la televisión e internet marquen la pauta del nuevo español estándar, forjado a base de palabras y giros pretendidamente más profesionales que los usados. Uno a veces se cansa de quejarse en balde, no hay nada que hacer. Aquí, las gotas, aunque pocas, han empezado a caer y el aire a refrescar, dándonos, al menos a mí, un auténtico respiro, ¿o debería decir literal?

viernes, 26 de junio de 2009

Abstracciones futbolísticas

Los comentaristas deportivos son muy dados a la abstracción, y, el fútbol en especial, da para mucha. Veamos sólo una pequeña parte.
Sutil conceptuación es, por ejemplo, llamar a determinadas acciones (ya sean pases o desmarques) jugadas entre líneas, a saber: que suceden entre las líneas defensiva, media y delantera. Es más, los jugadores mismos poseen en el campo la condición de líneas, si se tiene en cuenta que, al caer o ser derribados por un contrario que les hace una falta, se dice de ellos que han perdido la verticalidad; la misma −se supone− que recuperarán al levantarse.
Sucede no pocas veces que el balón rueda solo por un fallo en el pase o el regate, ocasión que aprovechan los que pueden apropiárselo: está entonces el balón dividido. Hay la posibilidad, también, de que pasen los minutos y ninguna jugada de uno de los equipos (o de los dos) termine en gol (aunque los intentos lleven mucha o poca intención, o lo que algunos llamamos todavía veneno); cuando esto suceda, el problema estará, según los cronistas de la escuela valdaniana, no en la falta de suerte o acierto, sino en la falta de definición.
Eso, por lo visto, es de lo que carecieron nuestras selecciones absoluta (como llaman algunos a la de los mayores) y subveintiuno (o relativa), que también se nos ha quedado con las ganas de un nuevo éxito; como dijo Vicente del Bosque −con deje periodístico−: "no hemos tenido suerte de cara al gol", lo que nos debería recordar que algunos vivimos aún de espaldas a una realidad que tantos y tantos entendidos del balompié se ocupan de enunciar cuantas veces haga falta: el fútbol es así.

domingo, 19 de abril de 2009

Pepsistiremos

En el último partido –hasta la fecha– de este incansable Barsa, se pudieron leer, como suele ser costumbre, pancartas de esas en las que los aficionados se expresan con mensajes que van desde el simple chiste al verdadero rapapolvo; algunos, hay que reconocerlo, son admirablemente ingeniosos. Muy a menudo hacen referencia a entrenadores o presidentes enquistados, o a determinados jugadores que cumplen, y aun sudan la camiseta (o su ausencia), más cuando libran que cuando juegan (al fútbol, se entiende). También se rotulan –sobre sábanas enteras y aun superficies más grandes–, cómo no, expresiones de ánimo, cuando la cosa va mal y hay esperanza (o misericordia) entre el público; pero también de alborozo, y más cuando ya se vislumbra, como es el caso para el Barcelona, la máxima gloria. Sin embargo, el referente de tales mensajes sólo se entiende si se está al corriente de lo que sucede en el mundillo –o galaxia, como lo ven algunos hiperbólicos– de los deportes.
Así, los dibujos de las pancartas, cuando los hay, hacen alusión a hechos o aspectos circunstanciales del momento en relación con el equipo, del mismo modo que los textos, cuyas palabras pueden también ser fruto de la inventiva de un aficionado (de buena o mala índole) que juega con lo que la gente sabe –verbigracia, sobre un jugador, un entrenador o un secretario técnico– y la norma lingüística, esa a la que uno está normalmente sujeto para la comunicación cotidiana, pero que, en un momento dado y para algo muy concreto, se permite quebrantar. Pueden, cómo no, crearse palabras nuevas, como ese pepsistiremos del título; pero, sólo tiene sentido hacerlo si sabemos que su significado será perfectamente reconocible en unas determinadas circunstancias, como fueron, en este caso, las del último partido del Barsa; y no sólo las circunstancias: no debe olvidarse que es precisamente la norma la que, al ser quebrantada, da sentido –por poco que sea– al resultado de la creación misma, a la transgresión. Son las reglas del juego, veamos por qué.
Sabido es que en la lengua española no existe el verbo pepsistir, pero sí el de resistir, gracias al cual es posible la asociación de ideas que transmite dicho neologismo; esto es, resistir con Pep o mediante Pep. Pero, claro es, sólo en el contexto de un estadio de fútbol, donde juega el Barsa con Pep Guardiola de entrenador, puede entenderse ese verbo sin necesidad de explicación alguna que, en cambio, sí necesitará el lector de estas líneas si no recuerda o no ha tenido noticia de la anécdota. Pepsistiremos nada tiene que ver (¿o sí?) con la famosa bebida yanqui, y sí mucho con la cantidad de kilómetros que todavía, a estas alturas, les quedan por correr, a Iniesta y compañía, por céspedes de España y de Europa (amén de los que, además, corren con la selección) si han de ganar todos los títulos a los que hoy optan. En que ello suceda, esto es, en dosificar sus fuerzas sin perder la buena marcha que llevan, desempeñará un papel importantísimo Josep “Pep” Guardiola i Sala, a quien la afición ya quería bien antes de que el equipo se pusiera a ganar partidos, tan lucidamente, a sus órdenes. Es por ello que, para mantenerse así, este tiene que resistir lo que venga, que, como decimos, no es poco. De ahí el singular verbo, conjugado –la ocasión lo requiere– en la primera persona del plural que son equipo (con el entrenador a la cabeza) y afición juntos: ¡pepsistiremos!
Pero he ahí que a uno de nuestros periodistas del telediario no se le ocurre otra cosa que hacer el chascarrillo facilón (en el acostumbrado tono condescendiente, tan habitual en ellos y ellas, pero sobre todo en los que cuentan las noticias de los deportes), advirtiendo de que pepsistir “no está autorizado por la Real Academia”, comentario este que le debió de parecer al periodista aún más ingenioso que la ocurrencia verbal misma de la pancarta, y que, en efecto, está muy bien para la gracia que a menudo se permite el periodista avezado, o con ganas de medrar en los medios, pero no por ello deja de hacer cundir una idea demasiado extendida: la de que la Real Academia Española está para reprimir la creatividad de los hablantes, esto es, entre otras cosas, prohibirles inventar palabras. Con lo cual se inventan, quienes la sugieren, un tipo de opresión lingüística que no existe en todo el ámbito hispanohablante, y me atrevería a decir que ni en la China Popular.

domingo, 1 de marzo de 2009

Lenguaje instantáneo

En un ensayo de 1946 titulado Politics and the English Language, George Orwell aboga por la eliminación de lo superfluo en la lengua inglesa. Se trata de un alegato en contra de la poca precisión (y aun de la enemistad con la verdad) del discurso de tantos, ya sea por comodidad, presunción, o conveniencia política, entendida esta última no tanto como lo que hoy llamamos políticamente correcto, sino como intento de justificar el mal llamándolo de otra forma. Los gobiernos tienen muy claro lo que hacen; es el ciudadano avisado el que anda, cuando menos, con la mosca detrás de la oreja al oír las torticeras razones que se le dan, expresadas en ese tipo de jerga de mandamases que es la retórica oficial, siempre abstrusa y a menudo infame (guerra preventiva en vez de invasión, o efectos colaterales en vez de matanza de inocentes, destrucción, etc.). Claro que no sólo los que están en el poder utilizan el lenguaje según les conviene: los políticos en general, e ideólogos de toda índole, lo manipulan según sus intereses. Nada nuevo y, sin embargo, esto sucede cada día más. Y así seguirán las cosas –como desde 1946 hasta la fecha– si, los que son conscientes de ello, no se molestan en hacer el esfuerzo de expurgar su propia lengua de cuanta ociosidad y torpeza expresivas la convierten en vehículo de ideas insustanciales que, a su vez, inducen a mayor inercia en la expresión, y viceversa; circunstancia ésta que demagogos y propagandistas aprovechan. Empecemos, pues –nos dice Orwell–, por atajar la corrupción verbal.
Un tipo de lenguaje que nuestro autor critica en La política y la lengua inglesa, el cual se da mucho en los medios de comunicación, es la raíz del problema. Yo lo llamo "lenguaje instantáneo". Lo oímos y leemos constantemente; se trata de todo un repertorio de lindezas tales como el talón de Aquiles, la caja de Pandora (o de los truenos), otra vuelta de tuerca, el patio de monipodio, etc. Éstas, tienen la ventaja de acudir a la mente en lugar de otras palabras que, aun siendo más simples, familiares y precisas, exigen que pensemos detenidamente en lo que queremos decir antes de decirlo. La sencillez de las palabras (que suele coincidir con sus pocas sílabas, también en español) es, precisamente, lo que apenas tolera la ambigüedad que, en todo caso, dará el contexto, si es la ambigüedad lo que se busca; porque, las palabras sencillas, conocidas por la mayoría, no se prestan al sinsentido, y, mucho menos, a la tontería, que rápidamente se nos revelará como tal si las utilizamos, claro es, en la medida de lo posible. Además, las frases hechas, los tópicos en general, “anestesian una porción del cerebro”; habría que añadir, empero, que a veces el ingenio de algunos es capaz de vivificarlas, jugando con ellas, dándoles la vuelta o tomándolas en sentido literal, como hace Quevedo o, sin ir más lejos, sabe hacer un buen amigo mío. Pero, por lo general, malogran el verdadero mensaje que se quiere transmitir, enturbiándolo.
Hay muchísimas expresiones de esas que podríamos llamar facilonas, frases hechas "prefabricadas", del tipo abrir la caja de Pandora, destapar el frasco de las esencias, correr una cortina de humo, buenas sensaciones, etc., que, de tan automatizadas como se tienen, acuden a la mente para evitar el trabajo (si no se está entrenado) de buscar las palabras precisas para expresar pensamientos u opiniones. Esto por un lado. Por otro, está la complicación de las ideas mediante la hinchazón de la prosa (ya sea por un exceso de tecnicismos o neologismos, ya por ampulosidades y rimbombancias retóricas), síntoma de que se está intentando aparentar solidez, o una altura intelectual o moral que no se tiene. Este tipo de afectación en la expresión es capaz de hacer tan confuso lo que uno quiere decir, que se le oculte incluso a quien lo dice. Hasta cierto punto, esto es algo normal, y aun comprensible, pero no un hecho ineluctable. No debemos excusar la propia ignorancia (y menos la pedantería) con la variedad y el cambio de las lenguas a lo largo de la historia. Tampoco hay que confundir el vulgarismo con la vulgaridad.
Es curioso cómo, muchas veces, se utilizan locuciones como a nivel de o en base a pretendiendo estar a la altura de, digamos, una entrevista para la televisión, y, a la vez, se demuestra ignorancia en otros niveles gramaticales. Es claro que todos nos entendemos, pero no sólo se trata de eso, sino de que uno se exprese bien, claramente y con propiedad. No por finura, purismo o casticismo, sino porque entender y ser entendidos nos hace más libres, menos dependientes de las apariencias, menos manipulables. Y si no, compruébese como ese nos entendemos (y la mayoría de argumentos que se dan, si es que se da alguno), suele ir acompañado de una expresión comodín muy repetida, las más de las veces, para paliar –a modo de saborizante instantáneo– la vaguedad –o insipidez– de las ideas; esto es, nos entendemos… de alguna manera.

lunes, 2 de febrero de 2009

Pedro y el lobo épico-histórico

No es difícil adivinar el calificativo que más utilizarán los medios de comunicación al día siguiente de una competición deportiva importante, si ha estado la cosa reñida y los participantes se han dejado el unto: aquella, y por ende, la victoria, habrán sido épicas. Y no es que sea para menos; en ocasiones, los atletas profesionales, entregados por completo a la consecución del éxito, hacen pensar, en efecto, en las hazañas de los héroes históricos o legendarios, sobre todo ahora que la leyenda y la historia -con reservas ésta para muchos- han resurgido como materia del cine y la literatura que más se vende.
A juzgar por la profusión de dicho adjetivo en la prensa deportiva, cada vez hay más victorias épicas, o de leyenda, así como históricos son tantos otros hechos o sucesos noticiosos que nos cuentan a diario. Y, claro es, quienes tienen por oficio usar y abusar de estos adjetivos, se ven obligados a matizarlos cuando a la ocasión la pintan calva. ¿Quién negaría que es histórico el hecho de que los estadounidenses tengan ya su primer presidente negro? Lo es, pero sería quedarse muy corto no aclarar que no lo es en la misma medida que la última cifra de parados. Según dijo uno de los muchos comentaristas de aquella noche, la toma de posesión de Obama fue un "acontecimiento histórico de primer orden". Vamos, tan de primer orden como el lobo que se come a las ovejas de Pedro en el cuento.

miércoles, 7 de enero de 2009

Precisiones

Tras la ingesta diaria de televisión, ya sean noticias o cualquier otro pasatiempo audiovisual lo que se engulle, nuestra capacidad discursiva, flexibilísima, acusa sin embargo la falta de interés, de rigor, y aun de calidad lingüística que por lo general tiene lo que los innúmeros canales ofrecen. De esas tres carencias, sobre todo la última se debe a la poca importancia que en los medios de comunicación se le da a las cuestiones de lenguaje, si no es para determinar la conveniencia de lo que se dice. La única corrección que se les exige es la política, y de ésa viven muchos, saltándosela.
La propiedad de las palabras utilizadas importa mucho menos, la jerga periodística tiene las suyas; toda nueva ocurrencia va de boca en boca y en seguida se pone de moda. Un afán de mimetismo atroz impide a los comunicadores hablar o escribir pensando en lo que dicen, de tal forma que su expresión se vuelve farragosa, al introducir en ella una serie de clisés, entre circunloquios, eufemismos y extranjerismos, que se consideran más periodísticos frente a la lengua común, aunque sea ésta mucho más sencilla, clara y precisa. Pero, a lo que parece, es como si su locuela justificara el paso de muchos por la facultad de periodismo, o mejor, el no haberla ni pisado.
La prueba de que ese tipo de lenguaje es una marca distintiva que nada tiene que ver con la claridad y la objetividad que predican sus usuarios, es que unas veces precisan demasiado, y otras, prescinden de los matices que sí son necesarios y que las palabras mismas acarrean. Así, los mismos que hilan tan fino diciendo que "las elecciones vascas coincidirán en el tiempo con las gallegas", no dudan en llamar efectivos a los militares, bomberos, jugadores de un equipo de fútbol, etc., cuando a lo que se refieren es al número de ellos que van al curro, diferenciándolos de los que libran o están de baja (acepción que, por cierto, ya entró hace tiempo en el Diccionario por la insistencia de los periodistos).
Es verdad que el periodismo es un oficio en el que urgen las palabras; por ello, precisamente, debería exigirse el dominio del idioma a quienes lo ejercen. Las precisiones que se hacen, pues, deberían ser para evitar el merodeo de la mente, cosa que, al menos en mi caso, no consiguen: al oír aquello, no puedo evitar ponerme a especular sobre el ser y el tiempo en las elecciones autonómicas de marras.
El discurso de los medios, claro es, no está interesado, como el literario, en la perdurabilidad. Lo está -como se nos dice en un video reciente en el que la agencia EFE hace balance de sus 70 años de existencia-, más bien, en "un presente con nuevos retos que alcanzar, un presente donde imaginar la información del mañana". Y esto no lo puede barruntar cualquiera, dado que sólo es capaz de hacerlo "el periodista total", que aun así sabe mantener "la esencia del periodismo: algo que contar, algo que interesa a los demás; con una mirada concreta: la de cualquier iberoamericano en cualquier lugar del mundo." ¿Cabe mayor precisión que ésa?