Hará unos meses, un reconocido científico estadounidense explicaba, en una entrevista televisada, que el avance de la investigación nos ha de llevar, en un futuro no muy lejano, a distinguir distintas enfermedades allí donde hoy solo vemos cáncer. Es posible, así pues, que el día de mañana necesitemos de mayor concreción también al hablar.
En efecto, el Diccionario de la Real Academia Española (de la Lengua, añaden los cursis) recoge la definición de lo que el común de los mortales entiende por “cáncer” —fuera de la astrología—, esto es: “Enfermedad neoplásica con transformación de las células, que proliferan de manera anormal e incontrolada”; y, como reza la tercera acepción: “Tumor maligno”. Por “cáncer” se entiende también —da fe de ello el Diccionario académico— la “proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos”, y pone un ejemplo: “La droga es el cáncer de nuestra sociedad”. Se trata de la cuarta y última acepción recogida en el DRAE; primera, sin embargo, en discordia.
Tanto es así, que “la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS) y las organizaciones de pacientes oncológicos” hicieron, el día 3 de febrero, “un llamamiento, en una rueda de prensa, para que la palabra cáncer no sea utilizada como sinónimo de ‘negatividad’ y ‘destrucción’”.
Pues bien, el hecho feliz de que la lucha contra el cáncer esté dando cada vez mejores resultados, y que, con estos, se abogue además por una juiciosa tendencia a tratar a los enfermos con normalidad alejada del eufemismo, o de una excesiva conmiseración por parte de la sociedad, no es motivo suficiente para que la acepción de marras deba dejar de usarse, y, menos aún, desaparecer del Diccionario, como han llegado a pedir quienes se reúnen bajo dichas siglas. Constituye un verdadero desatino, eso sí, pensar que se “estigmatiza” a los enfermos de cáncer con aquello que es un uso metafórico del lenguaje: la comparación implícita entre una enfermedad, por el momento temible —la enfermedad, no quienes la padecen—, con los males que aquejan a la sociedad, o a cualquiera de sus instituciones, de forma semejante a la proliferación de células cancerosas en un organismo sano.
(Publicado en La Voz Libre, 8 de febrero de 2011)